Hacia fines de los 60, en el siglo pasado, el mundo entero se revolucionaba con transformaciones económicas, políticas y religiosas, estas últimas gracias al Concilio Ecuménico Vaticano II. Ahí se nos enseñó que el mundo ya no formaba parte de la tríada pecaminosa y que debíamos cuidarnos, junto al demonio y la carne, sino que era un compañero de camino, un viajero como nosotros con el que podíamos dialogar.
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Sin embargo, nos advertían los profesores en el seminario, si para el mundo la democracia es un valor cada vez más apreciado, debíamos recordar que la Iglesia no era democrática. Es decir. Si ese mundo, ahora amigo y ya no más enemigo, estaba apostando por el diálogo, el consenso, elecciones libres y transparentes para elegir a sus autoridades, nosotros no podíamos caer en esa dinámica.
Y así, cuando defendíamos a la democracia como el mejor sistema económico-político-social, citando a la Centesimus Annus (1991) –”La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos…”–, nos granjeábamos de inmediato una crítica: ¿cómo es posible que la Iglesia Católica predique la democracia y no la viva?
Nos defendíamos sosteniendo que, si bien en la Iglesia no tenemos una democracia electoral, sí buscamos vivir los valores de la democracia. Los críticos se sonreían burlones.
Pues ahora, que ya inició la Asamblea del Sínodo de la Sinodalidad, hemos vuelto a la cargada defensora de la no-democracia eclesial. Cardenales y hasta el mismo papa Francisco insisten en que el Sínodo no es una expresión de democracia, que no es un parlamento, etc.
Y sí. Ya lo sabemos. Pero: ¿no se podrían incorporar, con menos lentitud de la habitual, protocolos que nos acerquen más a esquemas democráticos? ¿Le tenemos miedo a que los fieles se expresen, por ejemplo, escogiendo a sus párrocos y obispos, a través de consultas, consensos, votaciones, o como queramos llamarle a estos instrumentos?
Contrasta esta reserva con un texto recientemente publicado por Francisco de Roma, en su ‘Laudate Deum’ #34: “En este marco necesariamente se requieren espacios de conversación, de consulta, de arbitraje, de resolución de conflictos y de supervisión, y en definitiva una suerte de mayor ‘democratización’ en el ámbito global para que se expresen e incorporen las variadas situaciones”.
¿Entonces? ¿Seguiremos proponiendo a la democracia como el mejor sistema de organización social en el mundo, pero negándola al interior de nuestra Iglesia?
Pro-vocación
Aunque Francisco de Roma inicia su ‘Laudate Deum’ –publicada el pasado miércoles– con una alabanza a los obispos norteamericanos, en el #72 afirma: “Si consideramos que las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China, y cerca de siete veces más respecto a la media de los países pobres…”. Esperemos las reacciones de sus “amigos” gringos.