Tribuna

Cuando Diego Tolsada habla, sube el pan

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Cuando Diego habla, sube el pan. El don del que tiene levadura y sabe amasar con la palabra. Inflacionismo del bueno. De ese que eleva la categoría del debate, reorienta la conversación y apuntala el discernimiento. Que provoca al otro para removerle por dentro y por fuera, porque antes lo ha hecho consigo mismo. Cada intervención en el Consejo Editorial de ‘Vida Nueva’, una sacudida para el equipo, por si se colaba por algún resquicio del cuarto la tentación de abanicarse con el último número de la revista.



“Tenemos que pasar de ser ‘una voz en la Iglesia’ para ser ‘una voz creyente para el mundo’, una voz con un estilo que no acapara y que debe ser formativa, informativa y de intencionalidad performativa”. Quería una publicación “con riesgo, valiente e independiente”, porque él mismo era arriesgado, valiente e independiente.

La profecía como imperativo

Me lo dijo en marzo y lo dejó grabado a fuego como desafío por aterrizar. Fue su penúltima intervención como consejero, con un arrojo que quebraba tanto la barrera de la pantalla como la flojera de la enfermedad, que ya se las estaba haciendo pasar canutas.

El marianista Diego Tolsada, en el Consejo Editorial de Vida Nueva

Diego Tolsada, en el Consejo Editorial de Vida Nueva

Pero apenas consiguió aminorar su marcha. La de un marianista que igual en ‘Vida Nueva’ que en su comunidad, lo mismo en la cátedra de Teología Contemporánea del Chaminade que en cada capítulo de la congregación o en cada reunión informal de PPC, sabía que la profecía no solo era un don, sino un imperativo para todo creyente. O lo que es lo mismo, la sana rebeldía del Evangelio no se puede descafeinar ni edulcorar. Un hombre de Dios. Un discípulo misionero.

La Iglesia de todos

De ahí su empeño en que la Iglesia no fuera “ni tan sacerdotal ni mucho menos regia”. La Iglesia de todos. La de la pirámide invertida. Y no piensen que quiso subirse al carro de Francisco cuando el viento era favorable. Antes de la era Bergoglio él ya llevaba pilotando este volver a Jesús, que diría Pagola. Desde que pisó el postulantado le retaba moverse en arenas movedizas y con granizadas varias en contra. Y sí, era de la máxima bergogliana de ‘mejor pedir perdón que pedir permiso’.

Tanto, que a Diego no le venía bien morirse ahora. Más allá de asumir la voluntad de Dios y afrontar con fe la encrucijada definitiva. Porque tenía planes y propuestas para dar y tomar. Sugerencias con sabor a Reino que ahora se han quedado en el aire para que alguien sepa rescatarlas y darlas forma. Para dar voz a los laicos, como siempre soñó. Para poner el cuarto mundo en el lugar del primero. Para honrar su memoria como uno de tantos en la Compañía de María. Pero uno que se tomó en serio aquello de “no se rompan la cabeza, dejen actuar al corazón”.