Tribuna

¿Derrumbe del humanismo?

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En ‘Don Quijote de la Mancha’, Miguel de Cervantes escribe que “todas estas borrascas que nos suceden son señales de que pronto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el bien y el mal sea durables y de aquí se sigue que habiendo durado mucho el mal, el bien está ya muy cerca”.



Podríamos tomar estas líneas de la inmortal obra como un mantra recurrente para engranar la historia de la humanidad. Lo que no parece tener claro Cervantes es que tanto el mal como el bien no son agentes externos al hombre, sino el resultado de su proceder aquí y ahora.

El bien y el mal conceptualizan las acciones que el hombre mismo ha realizado y que no podrán venir tiempos donde el bien prevalezca si no prevalece antes en la mente, el corazón y el alma del propio hombre. Ni el bien ni el mal caen del cielo, tampoco son el resultado de ciertas elucubraciones mágicas, como tampoco el resultado azaroso convocado por el destino. El bien y el mal son tejidos hechos por las propias manos del hombre, resultado inequívoco de decisiones que van tomándose a lo largo de la historia. De tal manera que, el bien estará tan cerca y el mal tan lejos como el propio hombre se lo proponga y, al contemplar la historia, en especial la del siglo XX, llegaremos a la conclusión de dónde estuvo ubicado el corazón del hombre.

 ¿Derrumbe del humanismo?

Daniel Muchnik y Alejandro Garvie nos relatan una anécdota que podría servirnos de ilustración para la afirmación antes expuesta. La inspiración para la elaboración del libro ‘El Derrumbe del Humanismo’ surgió a partir de la compra de un disco del sello Deutsche Gramophon, legendario sello alemán dedicado a las grabaciones de música clásica,  que reproducía actuaciones líricas de los mejores cantantes que destacaron en los glamorosos salones de Berlín entre 1920 y 1943. Es menester recordar que Berlín, antes de la llegada del nacionalsocialismo, era una ciudad arrebatadamente cultural, “testigo de una explosión de creatividad y pasión intelectual”, en igualdad de condiciones que París y Londres, incluso hasta podríamos decir que ligeramente superior.

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Los autores del libro afirman disfrutaban de la música y de las interpretaciones que se seguían de manera continua entre 1920 y 1932, pero al llegar año 33 todo el ambiente melómano se enrareció. ¿Por qué? Sencillamente porque en 1933 había llegado la oscuridad del nazismo al poder en aquella, no tan lejana, Alemania. ¿Cómo se podía hacer arte bajo el nazismo?, se preguntan. Sí, la complicidad con las sombras es una constante en la historia. Sin embargo, tampoco nos sorprende, ya que, muy a pesar de la aseveración de Theodor Adorno, se continuó escribiendo poesía después de Auschwitz. Que se interpretara música bajo las espesuras siniestras del nazismo o que se escriba poesía luego de los campos de exterminio tampoco es motivo de alarma. El hombre tiene que seguir caminando.

Auschwitz… más que un campo

¿Podía el Mal crear Belleza? ¿La Belleza también nacía del Mal? Los autores se hacían esas preguntas desde alguna casa de Buenos Aires, probablemente una de tantas que gritaban los goles de la selección albiceleste en 1978, mientras otros argentinos gritaban por las torturas a las que eran sometidos por la dictadura que cebaba su maldad con la indiferencia de los que soñaban con un título mundial. Probablemente a estas demostraciones de memoria selectiva es a lo que refiere Bauman con ceguera moral al referirse a la pérdida de la sensibilidad que parece caracterizar al siglo XX y que se ha afincado aún más en lo que va de siglo XXI.

Todo lo antes expuesto desnuda una zona gris de la condición humana. Una zona gris que ya había quedado expuesta en cada rincón de aquel indescriptible lugar donde el infierno abrió sus puertas para no volverse a cerrar: Auschwitz. El campo de exterminio de Auschwitz que nació siendo un apartado campo de concentración destinado a los opositores políticos al régimen hitleriano, para transformarse en el centro de muerte más grande que jamás se haya construido, no sólo en dimensión geométrica, sino en dimensión humana. Una fábrica de cadáveres que se transformó en un aspecto muy oscuro del interior humano, una zona gris, y que, para muchos pensadores, es la obra mejor lograda de la racionalidad moderna. Auschwitz fue un enorme complejo para la erosión de los aspectos más básicos que distinguen al ser humano. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela