El 7 de octubre pasado nos despertamos con un ataque terrorista sin precedentes por parte de Hamás a Israel. Las imágenes que los propios terroristas –me niego a llamarles milicianos– difundieron de esos ataques a mujeres, niños o ancianos –o a jóvenes que estaban en una fiesta– son lo suficientemente elocuentes, al menos para quien quiera verlas (que no parece ser el caso de muchos). Es previsible una respuesta durísima por parte de Israel, que, desgraciadamente, conllevará con toda probabilidad el sufrimiento y la muerte de inocentes. Es lo que tiene declarar una guerra.
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Deuteronomio
Por eso quizá he recordado un texto de la Escritura que resulta cuando menos curioso en este contexto de guerra que vivimos. Se trata de las llamadas “leyes de la guerra” que leemos en el libro del Deuteronomio. Tras la arenga que el sacerdote dirigirá a las tropas, animándolas a tener valor, leemos estas sorprendentes palabras:
“Luego los magistrados hablarán así al pueblo: ‘¿Quién ha edificado una casa nueva y no la ha estrenado? Que se retire y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la estrene otro. ¿Y quién ha plantado una viña y no la ha vendimiado? Que se retire y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la vendimie otro. ¿Y quién está prometido con una mujer y aún no se ha casado con ella? Que se retire y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y otro se case con ella’. Después, los magistrados volverán a hablar al pueblo y dirán: ‘¿Quién tiene miedo y no tiene valor? Que se retire y vuelva a su casa, para que su hermano no pierda el valor como él’” (Dt 20,5-8).
Bien mirado, estas palabras justificarían que se retiraran prácticamente todos los combatientes: ¿qué joven no habría construido una casa, o plantado una viña, o tendría novia? Por si fuera poco, ¿habría alguien que, ante una batalla, no tuviera miedo? Por eso, algunos comentaristas han pensado que estas leyes jamás estuvieron en vigor, porque, de hecho, imposibilitarían cualquier guerra. Entonces, ¿por qué figuran en la Biblia? Casi la única explicación que cabe es pensar que estas leyes están puestas ahí precisamente como ideal al que tender.
Por desgracia, la realidad –creada por intereses políticos, y económicos, y sociales…– va haciendo que, muchas veces, el horizonte al que hemos de dirigirnos se aleje un poco más. Por supuesto que hay que pedir y pelear porque no haya guerra, pero eso no puede hacer que seamos equidistantes y que confundamos a víctimas y verdugos.