Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Relacionarse con la creación


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Como ya vimos la semana pasada, Francisco propone cambiar la cultura de la indiferencia por la cultura del encuentro, y ello supone relacionarnos con la naturaleza, con nosotros mismos y con los demás a partir del amor, del desprendimiento, de la construcción del bien común.



Nuestra relación con la creación parte de que esta es un regalo divino: “un espléndido libro en el cual nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad”(LS 12) Se trata de nuestra casa común, del lugar en el que vivimos y nos desarrollamos como personas, no solo nosotros, no solo quienes nos han precedido, sino también aquellos que quedarán en la tierra cuando nosotros ya nos hayamos ido. Por ello nuestra relación con ella debe partir de este reconocimiento, de este situarnos ante la creación sabiendo que somos una parte de ella, que todo es regalo para nosotros igual que nosotros somos regalo para los demás.

Además de recibirla como ese maravilloso presente que es, tenemos el encargo de hacerla fructificar y de guardarla para las generaciones futuras. Por ello, somos capaces de colaborar en la construcción de esa casa común desde una posición privilegiada de ser dominadores de la creación. Pero no un dominio que se dedica a explotar su propiedad para sacar de ella el máximo provecho para uno mismo, sino como un jardinero que busca tener una buena cosecha, que su jardín sea bello y que se mantenga en el futuro.

Jardinero

Un dominador que es llamado “a ‘labrar y cuidar’ el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras ‘labrar’ significa cultivar, arar o trabajar, ‘cuidar’ significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.”(LS 67)

Regalar el trabajo

Nuestra relación de dominio no es una relación del explotador que busca su propio beneficio, sino del jardinero que regala su trabajo en la tierra a los demás, a través de sus frutos, su belleza y su conservación para quienes llegan detrás. Esta es una de las claves de las relaciones sociales, dejan de ser autorreferentes para construirlas a partir del regalo al otro, de la gratuidad como manera de actuar. Esto es algo que ya había trabajado su predecesor, Benedicto XVI, la importancia de la gratuidad en nuestro día a día, de ofrecer lo que somos, de cuidar para regalar y no para sacar provecho de ello.

Cuando nuestra mirada a la creación es la de quien es responsable de ella, de quien se apropia solo para administrarlo en bien de todos, realmente construimos el bien común y nos relacionamos con la naturaleza de manera que esta siga siendo un regalo para todos, tal y como lo es desde el principio de los tiempos.