El impresionante mensaje del papa Francisco en Marsella del pasado mes de septiembre, invitando a superar las lógicas del miedo y el egoísmo, tiene un gran alcance para el corazón de Europa y Occidente. Frente a esa responsabilidad de fraternidad mundial, llama la atención la reacción de algunos que critican que el Papa pueda ser antipatriótico y antioccidental, como opina, por ejemplo, el filósofo católico francés Pierre Manent. Es una descalificación habitual en el fundamentalismo católico, usada por esa ultraderecha nacionalista que ha hecho del cosmopolitismo su chivo expiatorio ante el malestar y el temor que sufren muchos.
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En realidad, el Papa no solo valora extraordinariamente el patrimonio sapiencial que cada nación aporta a la convivencia global, sino que defiende la protección de la propia tierra: “Solo es posible acoger al diferente y percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra” (n. 143). Él promueve la plena y justa participación de las naciones en el principio católico del universalismo.
Francisco ama a Occidente, cuna de su familia, tierras de saber y espiritualidad, que aprendieron con dolor el valor de la paz y la fraternidad, con enorme y urgente responsabilidad en el mundo para curar heridas y restituir lo dañado.
Legitimidad y sostenibilidad de cada tierra
El Papa llama a Occidente y a todas las naciones a profundizar en el verdadero amor a nuestra tierra liberándola del egoísmo colectivo, el hermetismo nacionalista y la avaricia del colonialismo. Llama a superar un concepto fundamentalista y egoísta de nación, y precisamente hacer fructificar lo mejor de cada cultura nacional. El Papa no da cobertura ideológica a las distintas expresiones de imperialismo ni nacionalismo excluyente, y eso no es falta de respeto ni consideración por lo nacional ni por Occidente, sino la verdadera legitimidad y sostenibilidad de cada tierra.