Tribuna

Panikkar, la paz y el amor

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Raimon Panikkar es, junto a Ramón Llul, el pensador catalán más universal. Su obra, traducida a varios idiomas, ha sido objeto de múltiples investigaciones y tesis doctorales a nivel mundial. Su pensamiento se ha centrado particularmente en el tema religioso, dedicando especial atención a la promoción del diálogo intercultural e interreligioso.



Durante 30 años mantuvo un intenso contacto con la India, que visitó por primera vez en 1954. «Me marché cristiano, me descubrí hindú y regreso budista, sin haber dejado de ser cristiano», ha dicho él mismo. No es un pensador convencional, todo lo contrario, rompió muchos esquemas y prejuicios.

Su profunda y vasta formación intelectual, entre oriente y occidente, le posibilitó reflejar en su trabajo un diálogo filosófico decidido e inquebrantable entre tradiciones, ideologías y creencias diversas. Su firmeza en el conocimiento de la tradición filosófica occidental y sus excepcionales conocimientos de las tradiciones filosóficas y espirituales de oriente le agracian unas condiciones y una capacidad para el diálogo interfilosófico e interreligioso absolutamente inusitados. Razones por las cuales, la paz y el amor se volvieron palabras muy frecuentes en sus reflexiones.

 La paz como nueva cultura

Panikkar estaba totalmente convencido de que la paz no significaba ausencia de fuerza o de polaridades, tampoco ausencia de la guerra. La paz, a su juicio, se trata más bien de una nueva cultura producto del cultivo del espíritu y de la vida humana alejado de raíz de todo síntoma de competitividad. La cultura de la paz, afirma, es la cultura de la diversidad, de la que filosóficamente se podrá hablar bajo el nombre de pluralismo. La paz es participación en la armonía del ritmo del ser. Una participación que promueva la no-violación de la personalidad, el respeto a la dignidad profunda de cada persona, y no la falta de resistencia o la carencia de fuerza o incluso de poder.

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 Tiene claro que sin paz en el interior es poco probable que podamos establecer una paz exterior, por ello señala con preocupación que las diversas injusticias de las cuales hace gala el mundo surgen de la falta de paz interior. Si no hay paz en la profundidad de los hombres y mujeres, no puede haber, en modo alguno, paz a nuestro alrededor. La falta de paz interna da rienda suelta a las luchas que desembocan en derrotas originando revanchas de todo tipo, abiertas o encubiertas. El pensador mira a Cristo y a su sufrimiento por amor al mundo, a los santos, a los seres espirituales de la historia universal para concluir que, pese a toda la adversidad y sufrimiento a los cuales fueron sometidos, en ningún momento su paz íntima se vio comprometida, ya que siempre tuvieron claro que la paz exterior, como hemos dicho, es un indeleble reflejo de la paz interior.

Primero el amor

La paz es un don del Espíritu, no se puede conquistar por uno mismo, ni imponer a los demás, ni mucho menos la absurda pretensión de generarla vía decreto. No se puede luchar por la paz; se lucha por los propios derechos o, eventualmente, por la justicia, pero no por la paz. La paz es transitar por el ágora y no por la arena. Arena es una palabra de origen etrusco que sugiere lucha, competición, victoria… El ágora es el espacio donde se habla, se reúne, se discute. Ahora bien, si la autoridad supone un nosotros constitutivo del ser humano, entonces de dónde brota fecundo ese nosotros. Para Panikkar está muy claro: del amor.

De dónde parte Panikkar para definir qué es el amor, pues, de Dios: Dios es amor. Esa poderosa idea en la que, una vez más, todas las religiones y espiritualidades universales están de acuerdo, es el punto de partida del filósofo para definir qué es el amor y su radical exigencia: el amor es en realidad otro nombre dado a la experiencia de lo Absoluto, de Dios mismo. Amar es conocer y conocer es amar, por lo tanto, de esta aritmética sensible y sublime nuestros ojos se abren a la experiencia del descubrimiento del otro como persona, en cuyo centro arde intensamente la profunda verdad de que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que es un amor que nos condiciona a reconocer a los otros, al prójimo, como una cristalización del amor divino. Paz y Bien


Por  Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela