El calendario marca que el mes de noviembre esté bajo la égida de la fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Dos celebraciones que popularmente van asociadas al mundo de la muerte, aunque, en cristiano, ambas apunten declaradamente hacia la vida, hacia la esperanza y la convicción de una vida en plenitud. Quizá por eso a noviembre le sigue diciembre, donde, a pesar de la oscuridad del invierno, los cristianos celebran ya la luz de aquel que es vencedor de la muerte y el pecado.
Halloween
Esta visión fúnebre de estas dos fiestas del penúltimo mes del año ha quedado definitivamente reforzada con la llegada a nuestras calles y colegios de la celebración de la noche de Halloween –contracción de ‘All Hallow’s Eve’, “Víspera de Todos los Santos”–, celebración alegre y festiva que justamente lo que pretende es exorcizar el miedo a la muerte y su cohorte de brujas y difuntos, fantasmas y monstruos –a los que hoy se les unen gustosamente los zombis–, que esa noche tratan de invadir el espacio de los vivos.
La tradición judía también pensará la muerte con una imagen extraordinariamente hermosa: el beso de Dios, si bien es verdad que hasta llegar al beso final se desarrollará un verdadero pulso entre Dios y Moisés, que se niega a morir. La fuente es un texto medieval, aunque basado en tradiciones más antiguas, llamado ‘Midrás petirat Mosé’ (Midrás de la muerte de Moisés), que narra las últimas horas del legislador.
Este tiempo final de Moisés está rítmicamente marcado por una ‘bat qol’, literalmente una “hija de la voz”, es decir, una voz procedente del cielo y, por tanto, mensajera de Dios, que se va escuchando a medida que se va agotando el tiempo de vida de Moisés. El final se describe de la siguiente manera: “Salió una ‘bat qol’ y le dijo: ‘Moisés, ¿por qué te angustias? Ha llegado el momento final’ […] Inmediatamente, el Santo, bendito sea, llamó a su alma y le dijo: ‘Hija mía. Yo decreté que moraras en el cuerpo de este justo ciento veinte años. No tardes, hija mía’. El alma respondió: ‘[…] Tú me creaste y me pusiste en el cuerpo de este justo. ¿Hay en el mundo un cuerpo tan inocente, puro y santo como este, en el que nunca se vieron moscas y tacañería [es decir, hospitalario]? Prefiero estar aquí […]’. Cuando el Santo, bendito sea, vio esto, tomó el alma con un beso de su boca”.