Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.340
Nº 3.340

Andrés Manjón, educador cristiano de las periferias

La vida del español universal que fue Andrés Manjón, entregado de por vida a la educación de los más pobres en todos sus niveles, transcurre durante un complejo período de la historia contemporánea española: reinado de Isabel II, Sexenio Revolucionario (1868-1874), Restauración borbónica (1875-1902), la Gran Guerra europea (1914-1918), crisis de 1917-1923… Concluye antes de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y conforma un itinerario vital marcado por grandes contrastes en todos los órdenes de la vida, intensamente vividos por Manjón, que dejaron una profunda huella en sus escritos.



Suponen estos años el caldo de cultivo en que se desenvuelve la vieja Europa de entonces, la “circunstancia” de Ortega y Gasset, que habrá de considerarse para valorar sus ideas, voliciones y esfuerzos, así como sus convicciones más profundas en sintonía con las de otros fundadores-educadores también dedicados a la “reforma” social de los seres humanos, muchos de los cuales trabajaron en paralelo con la denominada “Edad de Plata” (1875-1936).

Asimismo, conviene recordar cómo al inicio del siglo XX surgen autores como J. Dewey (1859-1952) y su escuela, en la Universidad de Columbia, o Borden Parker Bowne (1847-1910), fundador del movimiento filosófico localizado en la Universidad de Boston autodenominado “personalista” y centrado en la ética, la teología y la antropología.

Actitud crítica

Junto a otros, asume Manjón una actitud crítica frente a ciertas cosmovisiones dominantes de impronta francesa, en especial, respecto a las posiciones ideológicas divinizadoras de una razón alicortada, solo centrada en la dimensión empírica de lo real. No en vano, las reformas educativas de la III República francesa (1870-1940), implantadas desde 1882 por J. Ferry, habían propiciado la eliminación de la religión de la escuela, la expulsión de las congregaciones religiosas de la enseñanza y el exilio de cientos de educadores, iniciándose una intensa confrontación que llevó a la separación de la Iglesia y el Estado y a la proclamación de la “laicidad” como esencia de la democracia francesa.

Desde una concepción antropológica alternativa y como pensadores prácticos contracorriente –que asumen la realidad vital desde una concepción humanista, enraizada en los grandes principios de la tradición cristiana–, estos educadores buscan asentar las bases de una convivencia humana capaz de superar el trasfondo de barbarie que desencadenó la Gran Guerra europea, yendo incluso más allá del aparente bienestar de los “felices años 20”.

Contrastes sombríos

La realidad española de entonces ofrece contrastes sombríos. De poco menos de 18 millones de habitantes, según el censo de 1897, casi 12 son analfabetos, un 68%. Proporción aterradora, comparada con otros países europeos (35,5% en Irlanda, 36,9% en Francia, 42,2% en Bélgica, etc.), destacando Granada con un 82,22%. El panorama político ofrece un perfil caótico y fragmentado (liberales monárquicos –moderados y progresistas–, unionistas, republicanos, conservadores isabelinos, tradicionalistas e integristas); se constata, además, la creciente presencia de anarquistas, socialistas y comunistas.

Tras la difícil etapa isabelina y el conflictivo Sexenio, la Restauración trajo cierta calma, más aparente que real, erigida sobre el espejismo de una monarquía constitucional que, zarandeada por los aires revolucionarios de inicios del siglo XX, eclosionará en 1931. Tiempos de rupturas y cambios en todos los órdenes que dificultan toda posibilidad de evolución serena y que, intensamente vividos por don Andrés, se reflejan en sus escritos, especialmente en su ‘Diario’ (1895-1923), auténtica crónica de realidades y agenda que ofrece un triste balance de la situación. Así despedía Manjón el siglo XIX: “Hemos entrado en el año undécimo de nuestra Fundación Mariana y nos despedimos del siglo de las revoluciones y trastornos, del siglo de las dudas y vacilaciones”, definiéndole como el “siglo de las […] crisis sociales e internacionales”.

Iglesia a la defensiva

Desde el prisma religioso, esencial para encuadrar su vida, se observa cómo de las tres corrientes de pensamiento predominantes en la primera parte del siglo XIX, la tradicional –alimentada por una escolástica empobrecida–, el despotismo ilustrado y la liberal, la Iglesia elige la primera. Circunstancia que, al margen de los clérigos y laicos de talente liberal –pocos y prácticamente considerados herejes–, evidencia una Iglesia tradicionalista, en actitud apologética y a la defensiva ante la creciente hostilidad laicista y anticlerical, que –también desde actitudes intolerantes– propugna sus postulados como vía exclusiva de trasformación social apoyada por un sector de la prensa.

Aunque hubo loables iniciativas de regeneración social desde la escuela, faltó dentro de la Iglesia una visión profética para afrontar los problemas sociales, careciéndose con frecuencia de sensibilidad para percibir el problema obrero y socio-económico que advirtieran sus demandas. La espiritualidad de la época, que –junto a la reciedumbre del mensaje evangélico– impregnó la acción de Manjón, se caracteriza por un tono decadente que le hace apoyarse, básicamente, en devociones, novenas y prácticas devotas, sentimentales e individualistas, carentes de base bíblica y ajenas a las corrientes de renovación teológica existentes.

Burgos, escuela de la vida

Tales serán las coordenadas en las que Andrés venga al mundo en 1846, en el seno de una humilde familia de Sargentes de la Lora (Burgos). El mismo lugar donde inició sus estudios primarios al cuidado de su tío Domingo Manjón, párroco del pueblo, permaneciendo hasta los 7 años en la inhóspita escuela local, marcada por la disciplina y unos métodos rutinarios y deficientes. Reacio a ello, solo su madre supo convencerle de la importancia de aquel trabajo, que el joven Andrés completó a su modo, convirtiendo el pueblo y su entorno en aula alternativa donde aprendió la asignatura de la vida. (…)

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Índice del Pliego

ANDRÉS MANJÓN, FIGURA DE SU TIEMPO

CATEDRÁTICO Y JURISTA

SACERDOTE Y CANÓNIGO

EDUCADOR Y FUNDADOR

FIN SIN FINAL

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