O_Lumen, el Espacio de Arte y Palabra que los dominicos avivan en Madrid, ha programado una de las exposiciones más interesantes de la temporada, bajo el título Rostros sin rostro, del artista José Manuel Chamorro.
Toda la exposición de pinturas y esculturas gira alrededor de un tema que va variando en todas las obras y compone un conjunto muy coherente sobre cómo el dolor hace perder el rostro. Efectivamente, Chamorro reflexiona y profundiza en la desfacialización: cómo el rostro que expresa la singularidad de cada persona pierde rasgos y reconocimiento cuando sufre la injusticia y es excluido. Pero a su vez, según el propio autor, no es una mirada pesimista sobre esos rostros de dolor, sino que es una mirada empapada en ternura, una mirada esperanzada que se ve reflejada en la belleza de esas caras a las que se ha robado el rostro. Por esa mirada compasiva, el rostro dolido también llega a ser una faz luminiscente, que ilumina, como la Santa Faz del paño de Verónica.
Mi experiencia de la exposición también me sugirió otra interpretación. Veía la emergencia del rostro en la materia, cómo el rostro humano aparece en las cosas cuando las vinculamos a los demás. Cómo el rostro de Dios se refleja en todas las cosas de la creación, está presente en las materias primordiales.
Comparto con vosotros las notas que tomé durante la exposición. Una de las obras es una tabla de madera que el artista encontró casualmente y en la que vio un rostro. La tabla tenía un agujero en el nudo donde se concentraban sus líneas de edad. Ese nudo vacío representa el ojo y bajo ese ojo la madera se abre agrietada por el tiempo, lo cual parece una lagrima que desciende. Las grietas nos hacen pensar en un rostro ajado por las arrugas. A su vez, el autor me contó que la tabla tenía tres clavos que dejó tal cual los encontró.
Esos tres viejos clavos —como los tres clavos de Cristo— hieren la frente, la coronilla y el cráneo posterior de esa madera que parece una cabeza. El artista simplemente quebró una parte para que pareciera una nariz y así repetir el patrón de rostro que protagoniza toda la exposición. La mujer del autor, enamorada de su obra, dice que cuando vio la sencilla escultura pensó en un Cristo coronado de espinas, lo cual también me pareció a primera vista. Es una escultura simple, pero conmovedora. Pensé también que quizás en algún momento de la evolución de los homínidos hubo alguien que miró una tabla en el suelo y creyó ver en ella un rostro humano, y eso empezó una revolución de alcance incalculable…
En un tríptico de collage —que surgió espontáneamente para dar soporte a tres cuadros demasiado pequeños para estar expuestos independientemente, así que los unió en una tabla que, finalmente, han formado un tríptico—, uno de los cuadros más pequeños es un rostro formado con cortes de periódico sobre los que ha pintado el mismo esquema de nariz recta y agujero ocular. Pienso que el rostro humano se configura y forma en todo material. En el interior de cada cosa nos encontramos un alguien que se refleja en ese don. Buscamos un alguien en todo el cosmos.
Otro cuadro es una tabla horizontal de dos metros por un metro aproximadamente. De nuevo un rostro chamorrano se encuentra ante un mundo primordial, un fondo de rojos primigenios —que estaban en la tabla que encontró casualmente y aprovechó— y oscuridades. También puede ser un mundo que se oscurece y amenaza. En todo caso, el rostro herido no es algo nuevo, sino que es una herida esencial que está desde el inicio del ser humano. La herida es una estructura constitutiva de nuestra naturaleza.
También hallamos una pieza escultórica que pintada en negro recuerda a rocas volcánicas, rocas primordiales que emergen del centro de la Tierra. En realidad, sorprendentemente está hecha de pasta de papel, como todas las demás esculturas. Ahí aparece de nuevo el mismo esquema de rostro, con un aspecto de astro, taladrada la roca. Bajo el ojo, una cuña que de nuevo parece lágrima. Esta escultura lleva al extremo la distinción de un rostro en una cosa. Hace en la dureza y simpleza de la mineralidad se muestra el rostro. El logos no tiene forma de frase lógica, sino de rostro. El logos es facial. Al Principio estaba la Palabra y la Palabra era el Rostro de Cristo. En el fondo de cada cosa del cosmos hay un asomo de rostro.
El cuadro del cartel de la expo es un rectángulo horizontal dividido en un fondo rojinegro en el que el rostro tiene aspecto de roca desértica. Tras ella hay un astro negro —Chamorro nos dijo en la visita que es un contradictorio Sol negro, un Sol sin sol, igual que hay Rostros sin rostro—, esfera del firmamento que hace de ojo visto muy a la distancia, que da contenido al agujero de la roca. El ojo aparece como Sol que ilumina el mundo al mirarlo. Es un cuadro formidable, capaz de unir la faz humana, la roca de la tierra y el astro del firmamento. Todo se alinea para formar la cara humana, que aparece con cierta transparencia, una veladura que deja ver, no opaca nada. El principio Rostro no oculta ni tapa con su afirmatividad, sino que transparenta la realidad.
El dolor llama a consolar
Otro de los cuadros, un lienzo vertical nos muestra un rostro en el que la superposición de grafos anchos de colores anaranjados y azules en distintas gradaciones va componiendo el rostro, cuyo ojo parece el fondo de un pozo, pero también el motor desde el que se despliega la faz. Efectivamente, hay una acumulación de dramas que marcan ese rostro como heridas, hacen de todo él expresión del sufrimiento. Este cuadro es quizás el más apreciado por los visitantes y si uno busca en Internet obras de Chamorro sale enseguida.
Forma pareja con otro cuadro también colorido, un rostro frontal en este caso, no sigue el esquema lateral de las obras anteriores. Parece una máscara, es muy expresivo. El rostro ya no está mirando hacia un lado, sino que te mira cara a cara, te interpela. El dolor te llama a consolar. Me recordó aquello que decía el periodista sueco Stig Danugan tras contemplar Hamburgo en ruinas: “Nuestra necesidad de consuelo es insaciable”. Este cuadro debería comprarlo el Museo Reina Sofía e incluirlo en el patrimonio nacional de arte contemporáneo.
Es momento de destacar la excelente composición con que los responsables de O_Lumen han dispuesto las obras. Donde antes estaba el altar, han puesto a cada uno de ellos lados este díptico de grandes rostros multicolores, que enseguida atraen la mirada del espectador. Es excelente.
A un lado del antiguo presbiterio, otra escultura es el mismo esquema facial, pero la cavidad ocular es enorme, desproporcionada. Marca la primacía de la mirada en el origen de la conciencia humana, la visión como inicio del rostro –aunque olor, el tacto labial y el oído son esenciales y aparecen antes en la conciencia de rostro del niño–.
En el otro lateral de la antigua iglesia, un cuadro realizado con maderas nos muestra cómo el rostro emerge incluso en un caos de astillas o trozos irregulares de madera. En realidad, nos confesó Chamorro que es un viejo palé roto y fragmentado. Expresa la rotura del ser humano, pero en esa persona rota hay un rostro que continúa siendo reconocible y nos llama.
Merece la pena ir y contemplar una a una las obras. Todas tienen un mensaje, pero terminamos con otro de los cuadros, realizado a pastel, delicado y amable: es un rostro chamorrano totalmente rojo, incandescente, el rostro incandescente como una resistencia de luz. Y me quedo con esa idea final: el rostro herido por el dolor es incendiado por la ternura, el amor, la esperanza, y entonces nuestro rostro se convierte en una herida encendida, irradia amor, resplandece y nos ilumina.
Nos dice José Manuel Chamorro que, si bien tiene dificultad comenzar una obra de arte y hallar la forma que da expresión a una intuición, en realidad “lo más difícil es saber cuándo una obra está terminada”. Cada una de sus obras parece terminada en el momento de plenitud, pero la reflexión que nos deja de los ‘Rostros sin rostro’ nos lleva más allá, comienza en nosotros un recorrido que no tiene ni puede tener fin.