Uno de los mensajes principales del Señor es que vivamos cada día como si fuera el último, porque nadie sabe ni el día ni la hora en que iremos a su encuentro definitivo. Para ello, una de las mejores estrategias que podemos aplicar con nosotros mismos es sacar todos los “hongos” que se han adosado a nuestra alma y que le quitan brillo y luminosidad.
- PODCAST: Reparar el daño y abrirse al cambio
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Ciertamente, en la naturaleza, los hongos son una especie misteriosa y asombrosa que recién algunos comienzan a aprovechar y admirar. Sin embargo, en nuestra vida cotidiana somos muchos los que nos espantamos de las feas manchas que van dejando detrás de la humedad. Es que, en muy poco tiempo, son capaces de crecer y multiplicarse muy rápido y tienen la particularidad de fundirse tenuemente con la superficie que ocupan, opacándola, dañándola, pero sin un cambio tan evidente como para que reaccionemos de inmediato.
Se adueñan de todo
Los hongos se van apoderando de todo, sin prisa y sin pausa, hasta que ya se han consumido todo y no queda tejido sin malograr. Todo esto que ocurre con la materia física, como las frutas, verduras o los muros con la humedad; pero también puede suceder con nuestro espíritu, y por eso nos debemos preparar.
¿Cuáles son los tipos de hongos más frecuentes? Dada la humedad que solemos tener en la soledad de nuestra alma, alimentada por voces tóxicas que nos recriminan y la incertidumbre de ser amados, no es raro que proliferen en nuestro interior todo tipo de hongos que nos van afeando y no nos dejan estar del todo preparados para el encuentro con el Señor. Los más frecuentes son la desolación, que se va pegando en las rendijas de nuestro ánimo, en forma de desesperanza, desmotivación, cansancio, desconfianza y una ponzoñosa oscuridad que nos hace ver y vernos con ojos grises.
Un techo y zapatos de plomo
Otro tipo de hongos, que se suelen pegar en las paredes del espíritu, son los miedos irracionales y las rabias desproporcionadas frente a un ente imaginario que no logramos dibujar. Son como aureolas negras que no nos dejan despegar ni soñar en paz. Nos ponen un techo y zapatos de plomo que languidecen el ánima y se contagian con mucha facilidad. Por último, están los hongos de la víctima que se conforma con su estado y culpa a otros de su malestar. Son los pensamientos quejotes, amargados, insatisfechos y justicieros de los demás, que son muy duros de limpiar.
Estar preparados exige un aseo mental. Si queremos estar limpios y listos para encontrarnos con Dios en nuestra mejor versión y disposición mental y espiritual, habrá que ser rigurosos con la higiene psíquica cada día para limpiar todo este mundo silencioso y avasallador que nos suele contaminar. Darse un tiempo diario es vital y tener los ingredientes y herramientas también es necesario para no dejarse estar. Habrá momentos en que habrá que hacer un aseo más profundo y sacar tristezas o duelos “pegados” desde hace mucho tiempo y ser conscientes de que quizás necesitaremos ayuda para sanar. Sin embargo, en lo cotidiano, un buen baño de silencio, oración, contemplación de lo vivido y escritura reflexiva de lo aprendido, pueden mantener a raya a los hongos que nos quieran atrapar.
Recuperar la belleza original
Una de las alegrías más grandes, después de limpiar un lugar atacado por los hongos, es volver a mirar cómo era en su forma inicial. Ver el blanco radiante recuperar su brillo es un gozo que nos devuelve la esperanza y el entusiasmo por vivir más. Si así sucede con un baño, una pared o un artículo dañado por el tiempo, cuánta más felicidad podemos obtener si purificamos nuestra alma o la de alguien más y esta vuelve a ser un alma de niño/a dispuesta a vivir con paz y libertad.
Tiene todo por delante y está preparada para el encuentro con el Amor para cuando la venga a buscar. La entropía es mucho más fuerte de lo que pensamos y “los hongos” del alma están siempre listos para avanzar, por lo que debemos estar cada día atentos a cuidarnos y a cuidar a los demás para que solo el Amor, la Verdad y la Belleza nos puedan habitar.