Cerca de cincuenta kilómetros separan La Torre de Esteban Hambrán de Toledo y una distancia similar de la capital, Madrid, que bien merece la pena recorrer para encontrar un tesoro único y excepcional. El catafalco rococó de la parroquia de Santa María Magdalena impresiona nada más cruzar las puertas de esta iglesia, que se construyó sobre otra anterior, de la que da cuenta el imponente arco de medio punto que separa la cabecera de la nave central.
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Lo curioso es que tan afamada obra litúrgica, propiedad de la Cofradía de Ánimas Benditas y datada en 1753, también se creó a partir de otra primitiva, de 1579, y solo hay que asomarse al anverso de la construcción actual para llevarse una sorpresa extraordinaria: conserva alguna de las pinturas antiguas que sirvieron de lienzo para las actuales.
Los catafalcos tuvieron su época de máximo esplendor durante el Barroco. Se construyeron entonces verdaderas obras de arte, arquitectura efímera que se elevaba varios metros en el interior de las iglesias, pero con el tiempo esta práctica fue cayendo en desuso. Razón de peso para que el de La Torre de Esteban Hambrán sea todavía más excepcional, con una particularidad especialmente llamativa: fueron los propios vecinos, allá por 1980, los que decidieron recuperar esta costumbre. Desmontado y guardado en un cajón, volvió a cobrar vida para ser expuesto únicamente en noviembre, el mes asociado al recuerdo y oración por los fieles difuntos.
Iguales ante la muerte
Cuenta Juan Antonio López López, que ha convertido la investigación sobre el pasado de La Torre de Esteban Hambrán en auténtica pasión, que aquí la muerte solo está representada en dos personajes: el esqueleto que porta una guadaña y el que con un reloj de arena nos recuerda la incertidumbre sobre la hora de nuestra muerte. Según este experto en historia, “el resto, aunque pueda parecer lo contrario, son pinturas que nos hablan de la vida como paso previo a la muerte, que no es otra cosa que el paso a esa otra Vida con mayúscula que es la vida eterna”.
Así que los lienzos –de autor desconocido, aunque algunas investigaciones apuntan a Luis Cosón– reflejan claramente dos ideas que siguen tan vigentes para el hombre del siglo XXI como para el del XVIII: la fugacidad de la vida y la llegada de la muerte, que a todos nos iguala en condición. Tanto que aquí aparecen representados emperadores, reyes, cardenales, clérigos, nobles, marqueses, arzobispos, obispos y papas.