Tribuna

¡María de nuestra Liberación!

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La presencia y acompañamiento de la Virgen María al pueblo latinoamericano se ha sentido siempre de manera muy, muy cercana, casi que podríamos decir o, más bien, repetir, pues lo han dicho muchos, que somos un pueblo esencialmente mariano.



María es sentida palpitar revistiendo, además, el colorido de una presencia evangélica inculturada, en sintonía perfecta con las más hondas aspiraciones de sus gentes. El Concilio Vaticano II contemplando a la oración mariana más primitiva, el «Sub tuum praesidium» (Bajo Tu Protección), dice que desde los tiempos más antiguos la Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, “a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (LG 66).

Es famoso el interés con el que el pueblo esperó en Éfeso la definición del Concilio sobre la maternidad divina de María, y el estridente aplauso con el que la multitud allí emplazada recibió la proclamación de la Theotokos, es decir, Madre de Dios o, literalmente: «la que dio a luz a Dios» (cfr. LG 66).

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Esa oración mariana primitiva dice: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!” Los más importantes mariólogos concluyen que la devoción mariana fue creciendo de forma connatural durante los primeros siglos de la Iglesia y en estrecha unión con el misterio de Cristo y de la Iglesia, en la Edad Media alcanzó en el occidente latino un extraordinario desarrollo.

Sin María el Evangelio se desencarna

Entre los conflictos internos y externos de la Iglesia, comienzan a brotar por todos lados, una especia de reacción espontánea, movimientos y corrientes populares que anhelan una vuelta al Evangelio, a una Iglesia más pobre, a una fe más encarnada y menos espiritualista, a una piedad menos abstracta y artificial, y más popular, a un cristianismo más humano. La humanidad de Jesús y María, así como el acompañamiento de los santos, se transforma en una reacción providencial a esta situación de lejanía y desabrigo que el pueblo sufría.

Por ello la Iglesia Latinoamericana concentrada en Puebla (1979) se atreve a afirmar que “sin María el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritual”. Lógicamente, como experta en humanidad, la Iglesia comprende que, debido a estos, nos arriesguemos a que surjan exageraciones, herejías o sectas, pero esto no es más que la prebenda impura de un rico manantial espiritual. A partir de entonces, comenzó a tejerse un lazo muy fuerte entre el corazón del pueblo pobre y oprimido con el corazón latiente y profundamente sentiente de la Santa Virgen María.

El pueblo pobre entrevé que María no sólo es la gloriosa Nuestra Señora, sino que también es Madre de los hombres, la Abogada de los pobres, como señaló en una oportunidad Benedicto XVI.

Una devoción

En su devoción podemos descubrir una silenciosa, pero muy directa crítica profética a los poderosos que viven alejados del pueblo, pero cebándose con el hambre y la miseria que siembran. La Iglesia en Latinoamérica tiene en la Conferencia de Medellín (1968) un momento emblemático para nosotros, ya que definió muy claramente su opción preferencial por los pobres y por los jóvenes. Sin embargo, la opción por los más desposeídos y oprimidos ha sido la más trajinada y, al mismo tiempo, la razón por la cual ha sido perseguida, a veces, con brutal aspereza, por los gobiernos totalitarios de derecha y de izquierda.

La presencia de María, Madre de nuestra liberación, la escucha atenta a su ejemplo, advierte claramente que la actitud de la Iglesia no es precisamente el odio ni la violencia, pues confiamos en que Dios “hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos”. Sin embargo, al mismo tiempo, esa escucha atenta al Evangelio en cuyo seno se encarnó, la impulsó al servicio de los otros, a vivir en intensidad creyente los frutos de las bienaventuranzas. En la imitación de su actitud frente a las múltiples adversidades que vivió se encuentra el camino verdadero a la liberación. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela