No voy a entrar en el valor que la posmodernidad da al placer, que ya estoy entrando, pero es esa una lectura de la realidad que se nos ha contagiado en una ‘versión religiosa del optimismo’ que, como aclara Tomás Halík en ‘Paradojas de la fe en tiempos posoptimistas’, pone la confianza en un ‘director de orquesta’, un dios, que nos saque de nuestros problemas para obligarle, con nuestra fe y nuestra oración, a cumplir nuestros encargos. Igual que otros muchos piensan que la tecnología, la razón humana y el progreso pueden convertir nuestro planeta en el paraíso soñado y placentero que todos anhelamos, los creyentes le encargamos esa tarea a Dios y convertimos el sufrimiento en un tránsito inexplicable y molesto, e intentamos darle sentido sin conseguirlo.
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Algunos médicos recomiendan no tomar antitérmicos en estados leves de fiebre porque, de esa manera, el organismo reacciona contra la infección que lo provoca. Quizá cuando convivimos con familiares con situaciones clínicas irreversibles, cuando en nuestros círculos laborales o de relación descubrimos situaciones personales difíciles de sostener, cuando contemplamos la muerte indiscriminada en las guerras, cuando nos desespera el deterioro del planeta… quizá tendemos a tomar el antitérmico y evitamos vivir la enfermedad.
Signo de contradicción
El caso es que, si algo me atrae de este Dios de los cristianos, es que afrontó el sufrimiento de la humanidad haciéndose un hombre más. Decidió sufrir como uno más, y, siendo hombre, decidió acompañar el sufrimiento de los otros. Entramos en el adviento para tomar conciencia de que Dios se encarnó, y celebramos esa venida llenándola de algarabía y sin hacer mucho caso a las palabras que Simeón dijo a María: “Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (Lc 1, 34-35).
Por eso pienso que es difícil encontrar la verdad que todos anhelamos lejos del que sufre, que es difícil que ‘se pongan de manifiesto los pensamientos’ de nuestro corazón si no es acompañando al que sufre, y que el único sentido del sufrimiento está en el propio sufrimiento.
Conviene sacudirse el polvo.