Vivimos en otoño y adviento, y aprendemos de los árboles a entregarnos a la sabiduría de las estaciones. No se agarran a la expansividad primaveral, el contento del verano, la herida del otoño ni al retiro invernal, sino que los dejan pasar por ellos. También la vida humana pasa por ciclos anuales y vitales, pero las sociedades urbanizadas viven ajenas a ese saber.
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Solo la Iglesia mantiene ya la “sabiduría de las estaciones” siguiendo ese impresionante y profundo ciclo anual de Adviento, Navidad, Carnaval (que es cristianamente popular), Cuaresma, Pasión y resurrección, Pentecostés, Tiempo Ordinario…
Hemos perdido también la sabiduría de los pasajes que pautaban el ciclo vital. Hemos desactivado el itinerario adolescente por el que se pasaba de la infancia a la juventud. Consistía en un pasaje del héroe en el que la vida se integraba, se afrontaba el mal, se descubría que uno no es omnipotente y se encaminaba a asumir el mundo. Ahora sucede a trompicones.
También se desactivaron los procesos de noviazgo, los pasos de progresiva integración de la vida, el umbral de casarse, la celebración nupcial y el acompañamiento posterior. También la muerte ha perdido el itinerario comunitario que ayudaba a quien finaba —tan sabiamente acompañado en el sacramento de la reconciliación, bendición y unción final—y el luto y duelo que trazaba un camino para asumir la ausencia como huella de otro modo de presencia.
Pasos importantes
Pero la vida humana pide estaciones. Siguen ocurriendo de modo informal y es más difícil la transmisión, el acompañamiento, vivirlo con compañeros, que no se olviden pasos importantes, que todos dispongan de ellos, la universalidad. Necesitamos recuperar formas y procesos comunitarios para el ciclo vital y el ciclo anual. Los bosques y la Iglesia nos siguen recordando y proponiendo la sabiduría de las estaciones.