Tribuna

El victimario

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‘Ciudadelas de la soberbia’ es un libro de Martha Craven Nussbaum, que analiza como la pretendida superioridad moral y el poder sin control de algunos hombres, perpetúa el abuso sexual sistémico, el narcisismo, y la masculinidad tóxica.



Los abusos de cualquier tipo en la Iglesia son, en esencia, una forma de eclesiopatía fruto de una formación retorcida en seminarios y noviciados (aunque algunos de estos últimos ya parecen estar corrigiendo el rumbo) que, aunque suene extraño hoy, todavía considera al cuerpo como el enemigo a vencer que genera no pocos traumas. Tampoco se toma en consideración la formación afectiva, sexual, y emocional de los seminaristas. Todo esto porque se entiende que una vida de oración ayuda a superar cualquier tipo de situación complicada que se presente. Pues bien, ni la ordenación, ni la oración por sí mismas pueden suprimir esa fuerza de la naturaleza que se llama libido. Y, si la espiritualidad está mal encauzada, puede acabar siendo un factor de riesgo más que considerable cuando esa fuerza de la naturaleza se despierta sin control.

Selección de candidatos

Llevamos una sucesión de abusadores cuyos nombres, reconocidos como maestros en sus especialidades, han hecho que sus abusos hayan tenido un impacto mucho mayor. Me refiero a Marko Rupnik, sacerdote y exjesuita, maestro en mosaicos y espiritualidad; Tony Anatrella, sacerdote diocesano, psiquiatra especializado en sexualidad adolescente y azote de la homosexualidad y de los homosexuales; y Javier Garrido, franciscano y sacerdote, experto en acompañamiento y guía espiritual. Evito recordar detalles concretos de los abusos y los lugares donde se producían por respeto a las víctimas.

Un grupo de sacerdotes en la celebración de una eucaristía

Un grupo de sacerdotes en la celebración de una eucaristía

Poco se puede añadir a cuanto llevamos ya dicho sobre abusos, víctimas y victimarios, salvo insistir en la selección de candidatos, en la formación psico-afectivo-sexual y en Inteligencia Emocional, y en el acompañamiento posterior -de por vida- porque todos, y más quienes se dedican al acompañamiento, necesitan ser acompañados para objetivar sus propias vidas.

Abrir la mirada

Volvemos a encontrarnos ante un caso, el de Javier Garrido, en el que el ninguneo a las víctimas por parte de la Orden -aunque pidan perdón ahora y se muestren arrepentidos del comportamiento que han tenido- ha marcado la trayectoria, junto a la negación de la evidencia, y el mirar para otro lado -por parte de algunos superiores-  para “hacer ver” que no sabían nada, o que no era tan grave. Nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, este caso en concreto, nos abre la mirada ante tres cuestiones diferentes entre sí, pero que deberían hacernos reflexionar y, sobre todo, de cara a otros posibles casos venideros que, por desgracia, llegarán.

La valentía de denunciar

La primera cuestión en la que deberíamos pensar es en las víctimas “colaterales”. Esas que, sin serlo de manera física, se sienten ahora traicionadas en la confianza que depositaron en el victimario –al confiarle el acompañamiento espiritual de sus vidas-, y cuestionan si sus consejos encerraban algo más que no se llegó a materializar en lo mismo que pasaron las víctimas que han denunciado, y cuya valentía ha permitido -pese a todas las trabas y vacíos legales- tener una sentencia que reconoce lo pasado y priva al victimario de seguir haciendo tanto daño como ha hecho.

La segunda cuestión es preguntarse si toda la reflexión espiritual del victimario -en este caso reconocido por su profundidad- se puede considerar desligada de su actuación con las víctimas cuando, precisamente por ella, llegó hasta esas personas a las que sometió y de las que abusó psicológica, espiritual, y físicamente. La sentencia que lo condena por “falso misticismo y solicitación de confesión”, conlleva “quedar apartado de todo ejercicio ministerial y pastoral, la prohibición de publicar libros y artículos o ejercer la dirección o consejo espiritual”.

También los grupos que han trabajado en personalizar la fe desde las propuestas de este victimario, están ahora bajo el efecto causado al saberse la verdad de lo sucedido. Los habrá que decidirán seguir con ese método porque les ha ayudado y se han sentido bien. A las personas que forman esos grupos solo cabría decirles que, si alguien se incorpora por primera vez o se crean o coordinan otros grupos basados en ese método, es un deber moral advertir a quienes llegan de nuevas sobre lo que ha hecho esta persona. Por respeto a ellas y a las víctimas.

Espacio íntimo

No podemos pasar por alto que nunca llegaremos a saber si el victimario, en su delirio de poder y superioridad, llegó a manipular a Dios para asegurarse un espacio y medio de dominio. En los abusos de conciencia los victimarios invaden ese espacio íntimo donde se da la relación de la persona con Dios -la conciencia- y ocupan el lugar de Dios. No tienen inconveniente ni se ponen trabas a sí mismos para alcanzar sus enfermizos objetivos.

La tercera y última cuestión, por ahora, es la responsabilidad moral de quienes, siendo responsables de la Orden en el momento de los hechos y después -tras la denuncia de las víctimas-, prefirieron seguir con sus vidas y encargos pastorales como si nada hubiera pasado, o como si no fuera con ellos. Algunos incluso han aceptado, no hace mucho, algún puesto que supone un gran ascenso en sus carreras.

Salida y expulsión

Es evidente que se impone una reforma de la ley porque hay lagunas de considerable tamaño. Hay que insistir en lo que supone la realidad de los abusos, sean de niños o de adultos, para tomar conciencia de lo que llegan a pasar las víctimas y, también, para ser más creíbles como Iglesia.

Por último, recordar que este victimario, Javier Garrido, tiene ahora ochenta y dos años, pero no los tenía cuando cometió los abusos de poder, de conciencia, y sexuales, por los que ahora se le ha juzgado y condenado. Por eso, y teniendo en cuenta casos precedentes -más McCarrick que Rupnik, aunque también vale-, solo queda preguntarse: ¿para cuándo su salida de la Orden y su expulsión del ministerio sacerdotal?

Eso no implica que la Orden no se haga responsable de su cuidado psicológico y espiritual ya que, cuando cometió los delitos por los que ha sido condenado, era miembro de la misma y es responsable por ello. En todo caso, habrá que empezar a pensar en procesos de perdón y reconciliación porque nos hacen mucha falta. Pero esos procesos no pueden hacernos olvidar el dolor de las víctimas y la necesidad de una justicia restaurativa.