“No tengáis miedo”. Con solo tres palabras el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz, anima a los jóvenes, en su última carta pastoral, a afrontar las “aflicciones que afectan emocionalmente a los jóvenes”, como puede ser “el presente desafiante y el futuro incierto, la sensación de soledad que persiste incluso en entornos sociales, las ansiedades y depresiones, las diversas adicciones que atrapan a muchos jóvenes, y lo que el arzobispo describe como la “tiranía de la apariencia y la imagen”.
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Para el prelado es llamativo el fenómeno de la “selfitis”, que el arzobispo expone como el “abusivo uso de autorretratos, que en su mayoría encubre una profunda falta de autoestima y puede llegar a convertirse en una verdadera adicción”.
En relación a las “heridas del mundo contemporáneo”, se destacan diferentes manifestaciones de violencia, exclusiones, intolerancias y discriminaciones, así como las condiciones inhumanas de las que muchas personas buscan desesperadamente escapar, llegando al punto de que “su hogar ya no es un refugio seguro”, según señala Saiz Meneses. También se menciona la pobreza, el acentuado individualismo, la dictadura del relativismo, que conduce, según el papa Francisco, a lo que se conoce como la “sociedad del descarte”, y la progresiva degradación del medio ambiente.
Sin embargo, anima a mantener la esperanza, fundamentado en la idea de contemplar a Cristo en la cruz. Destaca que el “sacrificio, el dolor y el sufrimiento en favor de la persona amada” constituyen el signo inequívoco del amor. Además, destaca a María como la “Madre de la esperanza” y sostiene que los seres humanos, especialmente los jóvenes, necesitan una esperanza creíble y perdurable que pueda resistir y superar las adversidades. En tercer lugar, aborda el tema de la vocación y el compromiso, instando a promover abiertamente una cultura vocacional que se conecte con las inquietudes de las personas y contribuya a satisfacer su búsqueda de significado, felicidad y compromiso.
Compromiso juvenil
En la segunda sección del escrito, el obispo Saiz Meneses destaca que la auténtica potencia de la juventud reside en su compromiso decidido y firme con un ideal que los guíe hacia la grandeza de la vida, aspirando a la santidad sin concesiones. En este contexto, sostiene que los jóvenes encuentran fortaleza al vivir en comunión con Jesús a través de la Palabra y los sacramentos.
Desde la óptica de la Pastoral Juvenil, el obispo hace un llamado a la búsqueda de la santidad y advierte sobre la tentación pelagiana y neopelagiana de creer que los resultados dependen exclusivamente de nuestras habilidades y esfuerzos, proponiendo en su lugar la oración, la gracia divina y la confianza en Dios como medios para superar esta perspectiva. Destaca que la santidad constituye el objetivo central de la vida cristiana y, al abordar cómo un joven puede vivir santamente, ofrece varias recomendaciones, entre ellas la resistencia, la paciencia, la mansedumbre, la alegría, el sentido del humor, la parresía (una confianza inquebrantable en la fidelidad de Cristo), la dimensión comunitaria y una espiritualidad profunda.
En el mismo contexto, el arzobispo propone la construcción de la familia humana, colocando a los jóvenes en una posición destacada debido a su vitalidad y al papel protagónico que desempeñarán en la historia futura. En este sentido, destaca la idea de que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, definiendo la fraternidad como una dimensión esencial del ser humano que nos lleva a relacionarnos con los demás. Subraya que la verdadera fraternidad entre los seres humanos implica y requiere una paternidad trascendente, que sirva como fundamento para este sentido de hermandad.
Soñar juntos
El arzobispo anima, así, a “compartir sueños”, basándose en las reflexiones surgidas durante la pandemia, haciendo referencia al libro de Francisco, ‘Soñemos juntos’, y nos insta a trabajar para que el sufrimiento experimentado no sea en vano. Hace uso del concepto de antropología cristiana, resaltando la dignidad intrínseca de la persona, creada a imagen de Dios, su relación con la naturaleza y sus leyes, y la dimensión social del ser humano. Destaca la importancia de “promover la dignidad de la persona reconociendo sus derechos inalienables” y nos motiva a mirar hacia el futuro con esperanza, aplicando unas “reglas de juego” fundamentadas en una antropología que reconozca la dignidad trascendente del ser humano.
La tercera sección de la carta dirigida a los jóvenes comienza con la pregunta: “¿Cómo es posible esto, dado que somos tan pobres y pequeños?” El punto de partida es la cita del evangelista Lucas: “Para Dios, nada es imposible”. A partir de esta premisa, se destaca que no estamos destinados a la mediocridad, sino a santificar todas las cosas en el mundo, desde las más pequeñas hasta las más grandes, permitiendo que el Señor nos transforme.
El obispo enfatiza que “toda vida humana es una vocación”, y cuestiona el hecho de que a menudo estamos más dispuestos a escuchar a supuestos gurús profesionales, orientadores y entrenadores. A través de años de experiencia junto a los jóvenes, el obispo Saiz sabe que muchos desasosiegos y ansiedades podrían disiparse si tuviéramos el coraje de buscar la oración sincera para discernir nuestra vocación con el propósito de seguirla. Se destacan tres vocaciones principales: la llamada a la vida, la llamada a la fe mediante el bautismo que nos impulsa hacia la santidad y el apostolado, y finalmente, la llamada a un estado de vida específico a través del matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada.