Durante mucho tiempo me llamó la atención la imagen de María en este contexto nuestro occidental y católico. Una referencia fundamental que igual servía para los postulados más conservadores que para las iniciativas más populares. No es extraño escuchar a personas no creyentes o alejadas de la Iglesia hablar con verdadero entusiasmo sobre la Virgen de su ciudad. Y no es un entusiasmo vano o meramente folclórico sino profundo, como un lugar donde sentirse a salvo y acompañado en los momentos buenos y malos de la vida.
Con la Inmaculada creo que pasa algo semejante. Para unos fue el modelo perfecto para mantener a raya a las mujeres en el siglo XIX: virgen y madre a la vez, ensalzada a lo más alto junto a Cristo y así asegurar que no anhelen nada más. Para otros, la mujer que pisa la serpiente, que lucha contra el mal y nos abre a la esperanza dando vida: un modelo bastante más subversivo.
Es curioso: la misma realidad siempre puede “utilizarse” para mantener el orden establecido o ser un acicate para hacer frente a la realidad y transformarla con lo que cada uno somos. Puede ser una buena manera de adentrarnos en el Adviento: mirar a María y elegir cómo nos situamos. A mí me gusta releer a san Efrén, que ya en el siglo IV tenía claro la dimensión transformadora que veía en María, la Inmaculada: “Un milagro es tu madre. Entró en Ella el Señor y se convirtió en esclavo. Entró el Elocuente y enmudeció. Entró el Trueno y se silenció. Entró el Pastor de todos y se transformó en cordero… El vientre de tu madre cambió las normas. El Creador del Universo entró como rico y salió como pobre. Entró en Ella el Altísimo y salió humilde… Entró el Saciador de todo y aprendió a tener hambre. Entró el Abrevador de todo y aprendió a tener sed. Desnudo y despojado salió de ella, el que todo lo viste” (San Efrén, Himnos de Navidad, XI, 6-8).
Cambiar las cosas
Su vientre es un milagro porque cambia las normas: acoger a Dios y dejar que se transforme en vida para el mundo a través de nosotros. Y si alguien se empeña en identificar a María con la sumisión o ponerla como ejemplo de una esperanza resignada, recordemos que al menos no es la primera opción. Recordemos que a lo largo de la historia han sido muchos los que vieron en ella todo lo contrario: la valentía de cambiar las normas y el mundo para que la vida siga siempre adelante. ¿Hay mejor manera de vivir con esperanza?
“Aquellos que tienen esperanza en el mundo nunca son personas sumisas. Jesús nos recomienda esperarlo sin estar de brazos cruzados (cf. Lc 12, 37)… La persona sumisa no es un constructor de paz, sino que es un vago, uno que quiere estar cómodo… Cada día de nuestra vida repitamos aquella invocación que los primeros discípulos, en su lengua aramea, expresaban con las palabras Marana tha y que encontramos en el último versículo de la Biblia: ‘Ven, señor Jesús’ (Ap 22, 20)” (Francisco, 11-10-17).
Muchos no podremos “embarazarnos” pero todos podemos ser inmaculados: gestadores de vida, parteras y parteros que cambian las normas.