Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

San Faustino Míguez: “En Getafe hay un cura que cura”


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Uno de esos santos cuyas biografías piadosas podemos leer sin llegar a enterarnos de las dificultades y sinsabores que tuvieron que pasar, porque no suelen aparecer, es san Faustino Míguez. Religioso de los más conocidos de su época -para bien y para mal- fue canonizado en 2017 por el Papa Francisco. En muchos aspectos se puede considerar fuera de lo común.



Nació este polifacético hombre en Xamirás-Acebedo, en la provincia de Orense, el 24 de marzo de 1831 y fue bautizado con el nombre de Manuel aunque luego como religioso adoptaría el de Faustino, que significa “Feliz acontecimiento”. Con dieciséis años salió de su casa para estudiar humanidades en el colegio (llamado “preceptoría”) del santuario de Nuestra Señora de los Milagros, en Orense. Después de tres años en este centro, ingresó en el noviciado de las Escuelas Pías de Madrid (1850), donde hizo su profesión solemne el 16 de enero de 1853 y fue ordenado sacerdote el 8 de marzo de 1856.

Dotes de maestro

Pronto fue enviado a Guanabacoa (Cuba), donde manifestó sus dotes de educador y empezó a mostrar un gran interés por la botánica. Más tarde fue enviado a los colegios de San Fernando de Madrid, Getafe (1861-1868 y posteriormente 1888-1925 hasta su muerte, en total permaneció cuarenta y cinco años en este colegio); también Celanova y Sanlúcar de Barrameda en dos épocas; un año en El Escorial, como profesor y bibliotecario del monasterio; en Monforte de Lemos fue superior de la Comunidad. En todos estos colegios vivió al servicio de los niños y jóvenes. Se entregó a la enseñanza y educación de los niños y jóvenes, sin abandonar sus estudios, en los que fue un verdadero autodidacta

Misa por la canonización de San Faustino Míguez

A pesar de no contar con formación académica superior específica en la rama sanitaria, a lo largo de su vida su empeño se volcó hacia el estudio y cultivo de las plantas, así como la aplicación de sus propiedades curativas mediante la elaboración de extractos medicinales. Durante su estancia en Cuba, fue testigo del uso que los habitantes de la isla hacían de las plantas con fines terapéuticos, lo cual avivó su pasión por la medicina. A su retorno a España, mostró una vocación científica innegable, que dedicó a sus alumnos como profesor de química, física y ciencias naturales. Pero no quedó la cosa ahí, su talento para la ciencia le llevará por caminos intrincados y podemos decir que fue un don que se convirtió en una cruz.

Análisis de las aguas

Se encontraba destinado en Sanlúcar de Barrameda, en abril de 1872, cuando el Ayuntamiento le pidió la realización del análisis terapéutico de las aguas de los manantiales de dicha ciudad. Analizó las propiedades medicinales de las aguas de cuarenta y cuatro pozos, encontrando aplicaciones inmediatas de sus reflexiones y del resultado de sus investigaciones a la economía y a la industria. Los resultados del trabajo fueron publicados en un libro prologado por Manuel Pizarro, doctor en Medicina y catedrático de Higiene de la Escuela de Medicina de Sevilla.

Ilustración de San Faustino Míguez

Después en El Escorial, continuó con el estudio de las plantas y sus virtudes, así como después en Monforte de Lemos, donde obtuvo ya algunas curaciones clamorosas. Regresó de nuevo en 1879 a Sanlúcar de Barrameda y dedicándose a las clases en el colegio, continuó con el estudio profundo de las plantas. Preparó entonces algunos extractos con propiedades medicinales y los pacientes comenzaron a acudir en gran número a él para consultarle y conseguir alguno de sus preparados. Al principio, todo esto tenía lugar a pequeña escala, de forma casi inadvertida.

Al frente de las calasancias

Mientras tanto, el 2 de enero de 1885 fueron aprobadas las bases de la asociación de mujeres que había fundado y que llegará a ser el Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, una congregación volcada en la educación de los niños y jóvenes para evitar que “la inocencia del corazón se pierda entre las tinieblas de la ignorancia”. El padre Faustino fue nombrado director de la misma. El nuevo instituto tenía como fin la educación según el lema calasancio de “Piedad y Letras”. La primera aprobación diocesana tuvo lugar el 12 de junio de 1889, seguida por la pontificia en 1910.

Pero entre los años 1885 y el 1888, año de su traslado a Getafe, tuvo lugar un acontecimiento trascendental en la actividad terapéutica del padre Faustino. “Se me presentó -escribe- el Decano de Medicina, suplicándome en su nombre y en el de sus compañeros de Sevilla, me encargase de estudiar y curar la enfermedad de un catedrático por ellos desahuciado”. Por los datos que existen, parece que el enfermo fue Manuel Bedmar, doctor en Derecho, que en 1890 fue por segunda vez rector de la Universidad de Sevilla. El paciente se curó de la enfermedad y el hecho fue decisivo para su actividad terapéutica, ya que fueron muchos los enfermos que acudieron a él para la curación de otras enfermedades. Pero los médicos reaccionaron ante el éxito de sus preparados medicinales con amenazas de denuncias.

Ni auscultaba ni cobraba

Hay que recordar que Faustino Míguez no poseía título oficial de medicina, por lo que sus habilidades curativas enfadaban más a los profesionales. Él nunca se hizo pasar por un profesional, ni auscultaba a los enfermos ni les tomaba el pulso, ni despachaba receta alguna, ni cobraba honorarios de ninguna clase. Solamente escuchaba la relación de sus dolencias y a lo sumo les observaba algunas veces los ojos o las manos.

El 24 de abril de 1887 se decidió su salida de Sanlúcar de Barrameda ante la incomprensión de su superior y las quejas de algunos religiosos de la comunidad, inducidas por las amenazas de los médicos de la población, que en otro tiempo le habían apoyado y hecho objeto de cálidos elogios pero ahora se habían vuelto contra él. ¿Qué había pasado? En el proceso de canonización leemos que se sentían humillados por algunas curaciones llamativas del religioso. Así lo explica un testigo del proceso: “Sé por referencias que curó el brazo de un niño, al que dijeron los médicos que había que cortárselo y el Siervo de Dios le curó en una noche con un líquido y dicen que esta curación del niño del brazo fue causa de que tuviera que marchar a Getafe, porque los médicos se dieron cuenta del ridículo que habían hecho al decir que había que cortar el brazo”.

La prensa anticlerical

No parece que este testimonio tenga mucho rigor científico ni histórico, pero sí es una muestra de lo que entonces se dijo acerca de la marcha del padre Faustino de tierras gaditanas. Años después, la prensa anticlerical ofrecerá otra versión diferente de dicha marcha.

Fue por lo tanto destinado a Getafe y el instituto que había fundado, que contaba solamente con jóvenes novicias, había de seguir adelante sin contar con la presencia cercana del fundador. Sin embargo, a pesar de la distancia, siguió acompañando las religiosas, si bien también en esto hubo momentos de dificultad, como se verá.

Con los necesitados

Al llegar a su nuevo destino en Getafe en 1888, estuvo cuatro años sin preocuparse de enfermos y medicinas, dadas las dificultades surgidas en Sanlúcar, pues el rector del colegio, el padre Pompilio Díaz no se lo permitió. Pero, ya con un nuevo rector, como la fama que había adquirido hacía que los enfermos le buscasen, su caridad acabó por ceder y volver a atender a aquellos necesitados a los que la enfermedad hacía sufrir.

Misa por la canonización de San Faustino Míguez

Los resultados obtenidos tuvieron una repercusión singular en el orden social hasta conseguir una fama que él no procuró de ninguna manera y un agradecimiento profundo de los beneficiarios. Algunos casos fueron tan llamativos que toda la prensa anticlerical hablaba en sentido peyorativo del “fraile curandero”, en cambio la reacción popular de simpatía hacia él parecía imparable y a Getafe afluían continuamente gran cantidad de coches de caballos y carros, parece que no era infrecuente ver aparcados hasta veinte y treinta junto al colegio de los escolapios. Llegamos incluso a leer en uno de los testimonios del proceso de canonización: “Iban muchos enfermos visitarle, hasta el punto que pusieron trenes especiales para este fin desde Madrid”. En otro punto se lee: “Era pintoresco el jubileo interminable de viajeros que en todos los trenes subían y bajaban en las dos estaciones de Getafe. Todos eran clientes del padre Faustino, que contra viento y marea era cada vez más consultado y más venerado”.

Real curación real

Tenemos testimonios que afirman que la misma Reina María Cristina en una enfermedad del pequeño Alfonso XIII, llamó al padre Faustino: “Fue el Padre a palacio, vio al Rey-niño, observándole detenidamente, como tenía por costumbre, sin tocar ni pulsar al enfermo, y dijo a su Majestad la Reina que su hijo curaría prontamente, siguiendo el plan que iba a proponerle y tomando solamente las medicinas que él daría. La Reina prometió hacerlo así, encargándose ella misma de administrárselas”. Cuando curó el real niño, la Reina, agradecida, habría querido premiar al religioso, pero no consiguió de él que tomara nada. De esta historia hay confirmación en varios testigos del proceso de canonización, y algunas cartas suyas parecen hacer mención a ello, pero nada aparece en documentos oficiales. Sin embargo, en los escolapios de Getafe se conserva una custodia eucarística de metal precioso, regalo de la Reina madre al colegio.

Mientras tanto, no cesaban las dificultades para el buen religioso, pues en noviembre de 1890 recibió una carta del padre provincial, Marcelino Ortiz. Del contenido de la carta, el padre Faustino dedujo que no estaba de acuerdo con las funciones de director que venía desempeñando en el Instituto. El padre Faustino escribió al padre general para expresarle las acusaciones de que había sido objeto, para defenderse de ellas y defender a la congregación. Después de un intercambio epistolar, acogió las exhortaciones del padre general: “Pero, si a pesar de todo, me exhorta a que desista de lo empezado, lo haré con mucho placer para darle gusto”.

Con el viento en contra

Fue un momento difícil para el padre Faustino. Al conocer que no era voluntad de los superiores que siguiera al frente de la Congregación, en julio de 1891 presentó la renuncia como director al arzobispo de Sevilla. Siguió un periodo de prudente distancia hasta finales de 1897, cuando se pudo restablecer el contacto epistolar del padre Faustino con las religiosas y retomó sus funciones de director. Sin embargo, en el ocaso de su vida, la congregación volverá a vivir una fuerte crisis, pues las religiosas sufrieron una nueva separación del padre Faustino, al que se le prohibió absolutamente todo contacto con ellas durante unos meses.

Llegamos a los inicios del siglo XX, cuando leemos: “En aquel tiempo de su vida, nadie puede computar los innumerables enfermos que se llegaban a él para buscar la salud, a los que se podía comparar, por su muchedumbre y fe, con los peregrinos que visitan un santuario”. Y eso, a pesar de lo mucho que habían coartado los superiores su actividad para evitar las denuncias y susceptibilidades de los médicos. De hecho, en 1901 un grupo de farmacéuticos y médicos de Madrid le pusieron una denuncia ante el Colegio de Médicos de Madrid por intruso. Dicha denuncia llegó al Gobernador Civil, pero habiendo sido llamado a declarar, la cosa quedó zanjada cuando él demostró, como era en verdad, que no auscultaba a nadie ni cobraba dinero, solamente recomendaba unos preparados naturales a quienes le consultaban.

Más allá de los comentarios

Sin embargo, esta ocasión la aprovechó la prensa anticlerical para atacar a la Iglesia, aunque algunos le defendieron. Raro era el día que no aparecía en los periódicos. Uno presentaba un día este titular: “En Getafe hay un cura que cura”. En ‘El Globo’ se escribía: “Si aquí hubiera autoridades, ya que no hay sentido común, estarían ese fraile curandero y ese farmacéutico hace tiempo en la cárcel. Pero como no las hay, pueden cómodamente continuar engañando a los tontos o mandándolos al otro mundo sin que nadie les vaya a la mano”.

Hablando de mandar al otro mundo, el que más le atacó fue el periódico ‘El País’ (el de aquel entonces) del que leemos que todos los días servía a sus lectores artículos truculentos y escandalosos, como “Las memorias de una monja”, “Matrimonio de curas” y se cebaba de modo especial con los jesuitas. Sobre nuestro buen religioso, publicó varios artículos con estos títulos: “Escándalo en Getafe. El Padre Faustino. Una muerta”, “Triunfo de El País, estafas y asesinatos del Padre Faustino” y otros. Con ellos, le acusaban de haber matado a una enferma años atrás en Sanlúcar -razón por la cual habría salido de aquella población- y avanzaban también sospechas acerca de otra muerte que habría ocurrido en Getafe, y que las autoridades estarían tapando para cubrir al fraile. Ciertamente el periódico tuvo cuidado de no formular denuncias claras, solamente esparcir rumores, para evitar tener que probar sus afirmaciones.

Un laboratorio en marcha

Con todo, la fama del padre Faustino en su práctica de los que podemos llamar medicina natural, no disminuyó, sino que siguió aumentando. En 1910 envió a una religiosa calasancia, la Madre Sagrario Martín a estudiar farmacia -una de las primeras mujeres que estudiaron dicha carrera en España-, para poner las bases de lo que llegará a ser, casi al final de su vida, el Laboratorio Míguez, reconocido por el Ministerio de Sanidad en el año 1922.

Falleció el buen religioso, cargado de méritos, el 8 de marzo del 1925, a la edad de 94 años. De él podemos decir que, como dijeron del Señor, que “pasó por el mundo haciendo el bien y curando a muchos”. Y sus sufrimientos le costó.