Sigo con la serie que describe las ideas principales de mi nuevo libro (‘El espíritu del economicismo’) viendo cómo el economicismo explica muchas de las cosas que nos pasan en la economía actual. Porque creer en el economicismo tiene unas consecuencias en nuestra manera de comportarnos y viceversa, nuestras creencias influyen en una manera de comportarse que construye el economicismo. En el campo de las creencias (como muchas veces en el científico) las relaciones causa efecto no siempre están claras. Las cosas están tan interrelacionadas que es complicado establecer qué fue primero. Lo único que podemos decir es que una lleva a la otra y viceversa.
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Entender que el economicismo tiene unas connotaciones vitales y organizacionales con las que se relaciona es importante. Ello nos permite saber por qué vivimos desde el deseo y como esto se relaciona con nuestros afanes económicos. El deseo como criterio primero de nuestra actuación también tiene una relación directa con el incremento de los derechos y con lo que se ha venido a denominar la “conquista de nuevos derechos”. Y claro, todos estos tienen unas connotaciones económicas ya que un derecho implica una obligación de alguien, un deber de otro, y para poder hacerlos realidad, normalmente se necesita presupuesto, dinero que permita que nuestros deseos se cristalicen.
Toda una vida basada en el deseo nos lleva a un espíritu de insatisfacción continua. Aunque ya hablé de ello en mi libro “por una economía altruista”, ahora profundizo más en ello para situarlo en ese entorno economicista en el que necesitamos ser eficientes, para poder tener más con menos, en el que el corto plazo siempre vence al largo, en el que queremos todo rápido y ya, porque siempre estamos faltos de tiempo para poder llegar o hacer todo lo que deseamos. “El espíritu del economicismo” nos ayuda a comprender por qué aceptamos que lo importante es, precisamente, esto, la rapidez, la eficiencia economicista, el corto plazo.
Control total
Otra de las connotaciones que tiene el economicismo es que pensamos que todo depende de nosotros mismos. Esto nos lleva a un afán de control total. Recuerdo en una ocasión en la que, en una entrevista radiofónica, me comentaron que la economía era enemiga de la incertidumbre y que teníamos que intentar reducir esta. Y es verdad, el economicismo no quiere dudas, pretende controlarlo todo, que nada se le escape para lograr los objetivos. Pero ¿Es esto posible? ¿Luchar contra la incertidumbre que es consustancial a la vida es un afán lógico y positivo?
El segundo capítulo del libro trata estos asuntos y nos da una idea cabal y clara sobre cuál es el verdadero espíritu del economicismo, sobre cuál es esa esencia que nos mueve a construir y a comportarnos de esta manera.