Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

¿De qué ética hablamos?


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Una de las mayores y recurrentes tentaciones que tienen los cristianos es reducir a Jesús a una idea, encerrarlo en conceptos, teorías, palabras abstractas, que aunque puedan sonar bien, son vacías y como diría el papa Francisco, llaman la atención, pero no convocan ni convencen.



Pero no, Jesús no es una idea. Es una persona, una persona real, y sus seguidores no son adeptos ideologizados sino hermanos redimidos, y ya eso, es una abismal diferencia.

Diferencia que necesariamente tiene que traducirse en un comportamiento, en una conducta, en una ética y hasta en una cultura, pero sin perder el norte de que, la experiencia y vivencia con Jesús no es un moralismo de comportamiento, de conducta o de ética, es mucho más, porque es la acción de Dios que salva.

Por ello, porque es Dios que salva, es Jesús, la ética social tiene sentido, porque no son situaciones abstractas en las que se vive, sino en realidades concretas, y como insiste el papa, — la realidad es superior a la idea— y Dios se encarnó en la realidad, y no en una idea.

La medida del hombre

Al preguntar, de cuál ética estamos hablando, es cuestionar ¿cuál ética pretendemos vivir?, ¿a quién se quiere seguir?, ¿cuál es el modelo, o cuál es la medida? Y si, la medida del hombre es una sola, Jesucristo.

Juan Pablo II, que destacaba por su auténtico testimonio profético de humanismo señaló: “en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor transcendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia”.

Jesus, que se ha revelado como camino, verdad y vida, como amor, no es una contradicción frente a la humanidad del hombre, y por tanto no hay contradicción entre amor y verdad. Sí la hubiese no sería verdadero amor, o no se estaría amando en la verdad.

Ya lo advertía Benedicto XVI, “si vivimos contra el amor y contra la verdad (…) entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mundo”.

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Amar sin medida, en aquel que ama la verdad

La verdadera medida del hombre, entonces, es el amar sin medida, a ejemplo de aquel que ama en la verdad.

En el mismo evangelio ningún personaje quedó indiferente ante un encuentro con Jesús, y aunque éste amó a todos, no se impuso a ninguno y no todos respondieron igual, porque el seguirlo, desde la ética cristiana, es una llamada a la libertad, pero no un libertinaje laxo y acomodaticio, sino a una libertad responsable pero sobre todo prudente.

Por ello, una buena forma de comenzar el año y de establecer los propósitos acostumbrados en esta época, será la propuesta de acercarse a Jesús; seguir a Jesus; ser como Jesús; pensar como Jesús; actuar como Jesús; creer como Jesús y no pretender hacer una caricatura de mesías que acepta todo pero que no salva de nada.

El teólogo luterano, mártir en la segunda guerra mundial, Dietrich Bonhoeffer, lo indicaba, “Cristo pertenece a los malos y a los buenos, pertenece a ambos solamente en cuanto pecadores”, así “los vuelve a llamar al origen, para que ya no sean ni buenos ni malos, sino pecadores justificados y santificados”.

Por eso la fe no es solo para los que creen, ni los milagros para los curados, ni la gracia para los santos, ni los médicos para los sanos, sino para aquellos (todos) llamados a la conversión.


Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.