MIÉRCOLES
Me llegan un par de correos que hablan de una excesiva cobertura del drama de los abusos. Como si le estuviéramos siguiendo el juego a algo o a alguien. Como si ya se tuviera que dar por zanjada la crisis, con los informes publicados, con la promesa de las indemnizaciones por delante y las medidas de prevención activadas. Prácticamente a la vez, recibo los escritos de dos víctimas. Esto no se ha acabado. Y no es obsesión de comunicadores amarillistas o anticlericales.
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VIERNES
Un pañuelo con mi nombre. Bordado en el silencio conventual. El regalo más valioso que he recibido. Toco cada hilo como tierra sagrada. Por el mimo de la costura y por las lágrimas que a buen seguro han recogido otros paños de este mismo telar. Agradecimiento inmerecido porque uno simplemente cumple con la tarea encomendada. Siervo inútil. Lo mínimo comparado con la infinita paciencia en medio de la tribulación callada, y plena confianza impagable en Aquel que, de verdad, nunca falla. Cuentan que Bergoglio le encarga a ese san José durmiente que tiene en su despacho las tareas más complicadas porque siempre cumple. Aunque deja caer después: “Como todo buen carpintero, siempre se retrasa en la entrega, pero el resultado es impecable”. La justicia también lleva su tiempo. Con el paso por el madero incluido.
SÁBADO
Facebook cancela la cuenta de Vida Nueva. Ni palabras tabú ni temas espinosos vinculados al sexto mandamiento que puedan llevar a confusión. Tan solo por compartir la muerte de Vinicio Riva, el hombre desfigurado por la enfermedad de Von Recklinghausen, que Francisco abrazó, acarició y besó con todos los tumores que llenaban su cabeza. Los algoritmos no entienden de ternura. La vetan. El rechazo a la enfermedad no es solo cosa de máquinas.
DOMINGO
Me llegan ecos del congreso de la CIEC. La Confederación Latinoamericana de la Educación Católica. Mano a mano entre Pepe Laguna y el cardenal Maradiaga. Uno, haciendo ver que educar en el desarrollo sostenible no es un anexo al Evangelio del que se puede prescindir. El purpurado salesiano, con un respaldo sin fisuras al Papa. Sin temor a ser atacado por apoyar a Francisco. Curado de espanto de las veces que él ha sido epicentro de calumnias. Dimes y diretes que buscaron hundir. Y, a la vista está, no lo han logrado. Pero incordiaron lo suyo.