Se aprende mucho yendo a unas urgencias hospitalarias como usuario, y no todo bueno. En general, da tiempo a mirar, escuchar y aprender de lo que ocurre alrededor y de cómo lo tratan a uno. Cuando enfermamos, nos sentimos vulnerables y acudimos a urgencias porque necesitamos una solución inmediata para un problema de salud. En muchas ocasiones, este problema es banal o se solucionará por sí solo si tenemos la paciencia suficiente, pero puede haber muchos motivos para angustiarnos y no poder esperar a la atención en asistencia primaria.
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Puede ser presión laboral (somos conscientes de que nuestro trabajo lo tendrá que asumir otro), el miedo a posibles complicaciones o, en el caso de las infecciones respiratorias, el riesgo de haber infectado a otros. Lo cierto es que, a fecha de hoy, los ciudadanos/pacientes acudimos a unos servicios de urgencias sobrecargados. Soy consciente de que no hacemos siempre un buen uso de ellos, pero son accesibles y, antes o después, sabemos que nos atenderán, pues poseen medios diagnósticos y terapéuticos de los que la primaria carece.
Trato personal
Así que, tras varios días de fiebre alta, dolor de cabeza y tiritonas intensas, acudí a urgencias del hospital que me corresponde en mi ciudad. Soy médico, sabía que mi vida no corría peligro, estaba tratándome de lo más frecuente, pero necesitaba el vistazo de un colega y una radiografía que dijese si había o no neumonía. Al llegar, nombres, dirección, qué le pasa, espere por aquí… Un enfermero me pregunta lo mismo y si he ido a mi médico, todo ello sin saludarme, presentarse o desearme los buenos días. No resulta grato; aunque no he venido buscando simpatía, siempre se agradece cuando te encuentras mal. Como mis constantes vitales estaban en el rango de normalidad, me indican que espere en una sala.
Tengo una silla donde sentarme, lo cual es de agradecer. Hay gente, pero no agobia. Utilizamos la mascarilla de forma más o menos correcta y, aunque un cartel indica que el móvil esté en silencio, hay quien resuelve asuntos domésticos en voz alta o escucha recetas de cocina. En un rato, una antigua colega que está de turno y con quien he contactado, sale a buscarme y me acompaña a otra zona donde atenderme. Una joven enfermera me coloca una vía venosa y extrae varios tubos de sangre. Es diestra y muy amable. Otro rato de espera en una sala diferente, esta más pequeña, casi llena; varios de nosotros tosemos detrás de la mascarilla, no podemos evitarlo. Palito por la nariz para ver si hay algún virus en mis mucosas y un celador me acompaña a realizar radiografías. Nuevo rato de espera mientras la doctora revisa las imágenes, los resultados del análisis y atiende a otros pacientes.
Agradecimiento
Al rato, acude mi colega: la radiografía y los análisis están bien: es una gripe, solo necesito tiempo y paracetamol. Ella misma me retira la vía. Hace rato que finalizó su turno; me comenta que la urgencia está llena y le quedan varios pacientes por resolver. No sé cómo agradecerle la atención que me ha prestado, con profesionalidad y delicadeza. Sé que rezaré por ella y por todos los profesionales sanitarios que atienden pacientes. Ojalá sepamos aunar competencia y cercanía, ambas tan necesarias cuando nuestros semejantes acuden a nosotros. Ojalá estos valores sobrevivan a las pandemias y epidemias, a los males endémicos de nuestro sistema sanitario, a las urgencias saturadas y a una asistencia primaria maltratada.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, y por este país.