Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

¿Es la homofobia el problema?


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Entre las múltiples reacciones que ha generado la Declaración ‘Fiducia supplicans’, me llamó la atención la de un sacerdote que se manifestó contrario a la bendición de parejas homosexuales, para, a renglón seguido, reconocer que, a pesar de sus largos años de sacerdocio, él nunca había encontrado cara a cara a una persona homosexual. Alguien le observó: “Quizás no han venido a ti porque sabían que no iban a ser acogidos…”.



Pero la reacción que no puedo olvidar fue la de otro sacerdote que, totalmente preso de la ira, descargó toda su artillería contra el papa Francisco dejándolo como palo de gallinero. En su intervención –yo escuché la grabación–, acababa con esta lindeza: “Como venga a mi parroquia uno de esos homosexuales, lo saco a patadas en el trasero”. La traducción, porque él lo dijo en francés, es mía, pero garantizo haber conservado el sentido de sus palabras con exactitud; lo que se pierde al pasar al lenguaje escrito es el énfasis y el tono de la pronunciación: la rabia.

Gais

Esta actitud contrasta frontalmente con lo que afirma un documento del magisterio tan ortodoxo y fuera de toda sospecha como el Catecismo de la Iglesia Católica: las personas con tendencia homosexual “deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.

No quisiera pasar fácilmente de la anécdota a la categoría, pero es innegable que en la Iglesia quedan bolsones, islotes (si no continentes) de homofobia. Toda fobia es tratada en psiquiatría como una patología, no de las graves, pero patología. Y en moral, la homofobia, si es consciente, libremente aceptada y no combatida, es pecado, porque es discriminatoria y atenta contra la dignidad de personas humanas.

Aceptar la realidad

¿No será que, en la raíz de algunas o muchas de las más furibundas reacciones contra la posibilidad de bendecir a parejas del mismo sexo, hay vestigios de homofobia?

¿No nos convendrá acudir, en actitud humilde, a pedir una bendición que nos ayude a desprendernos de esta o de semejantes actitudes?

No podemos seguir viviendo ni en la homofobia ni en el negacionismo de la existencia de la homosexualidad, que existe en todos los países, por más leyes que la penalicen.

¡Qué bueno será que pidamos a Dios la gracia de poder ver a estas personas, hermanos y hermanas nuestros, con los ojos con los que Él los ve y de amarlos como Él los ama!

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