Tribuna

Jornada Mundial para la Vida Consagrada: Tiempo de cuidarnos y querernos

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Se nos han ido muchas fuerzas en construir barcos institucionales y, puede, que hayamos dejado de lado el anhelo de nuestros propios carismas. Os confieso que ser provincial es la cosa más grande y más bonita que me ha pasado en la vida, porque me obliga, me anima, me empuja a ser para todos. A un amor incondicional y muy grande que, a veces, no sabemos que tenemos (pero que lo tenemos, ya lo creo). A pesar de todos los problemas, son más las alegrías y la capacidad de abrir un horizonte de mirada amplia, magnánima y llena de gracia (puede que también graciosa).



No puedo pensar en mi vocación sin volver la mirada a las raíces más profundas de mi existencia: mis abuelos, mis padres, mis amigos, mi parroquia, mi pueblo (Almorox, Toledo). Toda mi infancia y adolescencia no podrían entenderse sin la dimensión cristiana que vivíamos. Después entró el amor a san Francisco de Asís. Un amor a los frailes que iba conociendo en el seminario. Un amor a la orden de los Franciscanos Conventuales. Una experiencia en Asís que marcó toda mi vida…

Identidad

Luego ya se sabe: profesión, ordenación, diversos trabajos en la Provincia, parroquias, colegios, Pastoral Juvenil-Vocacional (otra cosa maravillosa que me regaló la orden). Y aquí estamos… han pasado muchos años, pero sigo dando gracias por ser un consagrado. No por lo que hago, sino por el amor regalado, por la escucha sincera y por la sonrisa compartida.

Cinco claves

Ya sé que vivimos un momento histórico en la Vida Consagrada lleno de profetas de venturas y desventuras. Por eso me permito deciros lo mismo que digo a mis frailes en las cartas que les escribo:

  1. Tenemos que activar nuestra capacidad de sorpresa. Esto nos abre al agradecimiento. Ser agradecidos no es ningún lujo, sino una necesidad. Es la auténtica actitud del franciscano: un hombre abierto y agradecido por todo lo que es y lo que recibe gratuitamente de Dios. Esto es de suma importancia en la vida de nuestras fraternidades, y mucho más dado el contexto individualista en el que nos movemos y vivimos…
  2. Vivir profundamente nuestra vocación franciscana junto a los laicos. Soñando con un futuro donde podamos crear estructuras locales y provinciales que hagan posible esta “sinodalidad carismática”. No hay que tener miedo a soñar y a pagar el precio que sea para hacer realidad estos sueños.
  3. Creo que el regalo más precioso de la vida es el perdón. Constato que, muchas veces, vivimos cegados por el rencor, guardando factura por el daño recibido. Perdonar me libera de esa obsesión y me oxigena el alma.
  4. Es el momento propicio para cuidarnos. Tiempo de cuidar los detalles y las atenciones sencillas.
  5. Es también momento para querernos, como nos pedía san Francisco. Como una madre a sus hijos. Como un hermano de sangre a su otro hermano. Solo en el amor incondicional se encuentra la verdadera vacuna para poder seguir respirando los aires del Espíritu.

Buen camino, hermanos y hermanas, y muchas bendiciones.

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