Miedo a enfermar y perder el control sobre nuestras vidas. A acabar en la UCI, como les ocurrió a tantos enfermos jóvenes: no eran ancianos, no tenían enfermedad alguna ni tomaban medicamentos y, sin embargo, su organismo no pudo defenderse del virus –o quizás se defendió demasiado– y sus pulmones se inflamaron tanto que no funcionaban y necesitaron un respirador. Todavía no sabemos por qué, en no pocos casos, ocurrió así.
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Tuvimos miedo a contagiar a otros, a nuestras personas queridas, mayores o menores en edad, y sentirnos por ello culpables. ¿Qué hice mal? ¿Qué precaución no tomé? Aún hoy no hemos podido librarnos de esa responsabilidad.
Portavoces de malas noticias
Miedo de no ser capaces de soportar lo que vivíamos, de transmitir a familiares que no veíamos –hijos, esposos, madres– malas noticias que a veces auguraban peores realidades.
Los médicos vivimos con miedo muchos meses, todo el primer año de pandemia, hasta que se administraron las vacunas y se comprobó que la Covid-19 ya no era tan grave en las personas vacunadas, cuando los vulnerables de nuestra propia familia o personas queridas recibieron sus dosis. En ese momento comenzamos a respirar tranquilos otra vez.
Lo había experimentado antes
Había experimentado ese miedo antes, aunque no tan intensamente, y yo era mucho más joven: en los primeros años del sida, a finales de los ochenta, cuando nos pinchábamos o teníamos contacto con sustancias biológicas de personas infectadas, de aquellos muchachos que morían como moscas en los pabellones de infecciosas de todos los hospitales, sin que pudiésemos hacer casi nada por ellos. Me he visto expuesto a enfermos de tuberculosis en muchas ocasiones, incluso a alguna fiebre hemorrágica en mis visitas a África, pero nunca había sentido el miedo de la Covid-19, quizás por la magnitud del problema.
El miedo no deja de ser una reacción fisiológica de defensa. Es natural sentirlo, pero no podemos dejar que nos paralice. Hay que convivir con él e intentar dominarlo, que no interfiera con lo que debemos hacer. Cada quien lo afrontó como pudo: muchas veces pensé y me dije que el miedo es uno de los enemigos de la fe. Estaba en manos de Dios, y Él me acompañaría cuando caminase por el valle de las sombras de la muerte, aun cuando en ocasiones no viese salida.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, y por este país.