El papa Francisco no se olvida del episodio más oscuro de la historia de Ruanda que escribió hace justo treinta años: el intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu de Ruanda entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994. Se calcula que hasta un millón de personas perecieron en este genocidio.
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Hoy ha tenido muy presente las consecuencias de esta masacre al recibir en la Sala Clementina del Vaticano a la asociación “Nolite timere”, creada en beneficio de los niños de la “ Cité des Jeunes Nazareth” en Mbare, por iniciativa del entonces nuncio en el país, Salvatore Pennacchio y con el respaldo de Juan Pablo II en favor de los huérfanos del conflicto. “¡Ese genocidio fue terrible, terrible! Nunca debemos olvidarlo, para no caer otra vez”, expresó Jorge Mario Bergoglio nada más arrancar su intervención, que vertebró en torno al lema de la entidad: “¡Damos esperanza para empezar de nuevo!”.
Sin barreras
“En un mundo en el que cada vez parecen multiplicarse más muros y divisiones entre las personas y los pueblos, la caridad no tiene barreras, como lo demuestra vuestra historia”, compartió Francisco, convencido de que “se crea así una red de afectos que se extiende más allá de las circunstancias del momento, trascendiendo las diferencias de edad, nacionalidad, cultura y condición social”.
A partir de ahí, el Papa reflexionó sobre el sentido del voluntariado como la manera de estar “abiertos a las necesidades de los demás” y convertirse en “artífices de la misericordia: con las manos, con los ojos, con el oído atento, con la cercanía”.
Para concluir, echó mano de una de las frases más repetidas por él en esta década de pontificado: “Demasiados niños siguen sufriendo, siendo explotados y muriendo, y hagamos eco con fuerza de las palabras de San Pablo VI: ‘¡Nunca más la guerra!’, ‘¡Nunca más!’”.