Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Darwin Ramos: del mundo de la marginación a los altares


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Trabajando pastoralmente hace unos años en la ciudad madrileña de Móstoles, conocí a Mariam, entonces joven religiosa –el tiempo pasa rápido– y hoy superiora general de las misioneras fundadas por la beata granadina María Emilia Riquelme. Así entré en contacto con una realidad que no conocía, la de la infancia en Filipinas, a la que algunas de ellas dedican su vida con esfuerzo y sacrificios, pues no es una labor fácil.



Para que nos hagamos una idea, la trata de personas, la segunda actividad delictiva más grande del mundo tras el narcotráfico, y que genera gran preocupación en la región del oeste del Pacífico asiático, tiene en Filipinas una de sus mayores fuentes, con aproximadamente 784.000 personas que viven en condiciones de esclavitud moderna. En la actualidad, Filipinas ostenta la clasificación más alta en riesgo de explotación humana, según el Departamento de Estado de los Estados Unidos, indicando que no cumple con los estándares mínimos para la erradicación de la trata de personas.

Explotación infantil

Por desgracia, Filipinas destaca también como una de las principales fuentes conocidas de explotación sexual de niños. Se estima que de los 50.000 niños filipinos empleados como trabajadores domésticos en el país, casi 5.000 tienen menos de 15 años. Y esto no es nada en comparación con un tráfico más tenebroso y escondido, pero mucho más rentable, que es el uso de niños para explotación sexual, venta de órganos e incluso soldados para guerras.

Darwin Ramos

Las misioneras de la madre Riquelme, como otros muchos que trabajan como Iglesia en Manila, intentan preservar a los niños de caer en las redes del tráfico que se ceba en algunos barrios de la ciudad, en los que la pobreza afecta al más del 70 por ciento de la población. De esta situación y de estos peligros, nos habla una historia de santidad que hoy os quiero presentar, que no se refiere a algún misionero especialmente ejemplar, sino precisamente a un muchacho de la calle, literalmente tirado en la calle. Y en una situación de salud tan comprometida que ni siquiera se habrían fijado en él los traficantes de niños.

Pobreza extrema

Darwin Ramos había nacido el 17 de diciembre de 1994 en el Hospital Maternidad Doña Marta en la ciudad de Pasay, al sur de Manila y pasó sus primeros años con su familia en los barrios marginales de dicha localidad. Era el segundo de nueve hijos de una familia muy pobre, su madre se ganaba la vida como lavandera, pero su padre era alcohólico y no trabajaba. Para ayudar a su familia, Darwin se convirtió en un recolector de residuos junto a su hermana, dos años menor que él. Pasaban sus días recogiendo residuos plásticos que luego vendían por una cantidad insignificante. Debido a la necesidad de encontrar comida, para los hermanos el ir a la escuela no era una prioridad.

Darwin tenía alrededor de seis años cuando aparecieron los primeros síntomas de lo que más tarde sería diagnosticado como distrofia muscular de Duchenne. Comenzó con debilidad muscular en las piernas, y su madre notó que Darwin tropezaba con más frecuencia hasta que, al final, su cuerpo estaba tan débil que ya no se podía poner de pie y con dificultad se movía apoyándose en sus manos.

Darwin Ramos

La extrema pobreza llevó a la familia a abandonar su vivienda en los barrios marginales y vivir en las aceras de la calle, como tantos otros. El padre de Darwin se aprovechaba de la minusvalía de su hijo y sin escrúpulos lo dejaba en la estación ferroviaria llamada Libertad, en la avenida que antiguamente llevaba el mismo nombre, donde Darwin pasaba el día pidiendo limosna a los transeúntes que se compadecían de él. Recibía dinero, pero su padre se quedaba con una gran parte para comprar alcohol, y Darwin no decía nada mientras supiera que había suficiente para comprar comida para sus hermanos.

Un puente para los niños

En 2006 lo encontraron en la estación Libertad un grupo de educadores de la Fundación ANAK-TnK (Tulayng Kabataan), que significa “puente para los niños” en tagalo y que desde 1998, por iniciativa del misionero francés p. Matthieu Dauchez cuida a los niños de la calle de Manila. Por dicha labor, el fundador recibió en 2012 el premio “Raoul Follereau ” otorgado por la Academia Francesa y el 16 de enero de 2015, la fundación recibió la visita sorpresa del Papa Francisco  durante su viaje a Filipinas. Con Anak-tnk, Matthieu Dauchez y sus voluntarios salvan cada día a niños destinados al infierno de la calle, alejándolos de la droga, la prostitución, la violencia y, en tantas ocasiones, de la muerte.

Darwin ya no podía ponerse de pie, pero aún podía usar sus brazos y permanecer sentado sin ayuda. Comenzaron a reunirse con él allí en la estación tres o cuatro veces a la semana, y le propusieron vivir en el hogar gestionado por la Fundación, el Our Lady of Guadalupe Center. Él en un principio no se fiaba, pero finalmente aceptó la propuesta y fue acogido el 4 de julio de 2006, allí convivió con otros niños y adolescentes, algunos como él con necesidades especiales. A partir de este momento su vida cambió por completo.

Relación con Dios

En el hogar de la fundación, pronto descubrieron que Darwin tenía una relación muy profunda con Dios y nadie sabía cómo empezó porque nunca lo aprendió en su familia. Era una relación directa, sin una religión concreta, pero ahora descubrió la fe católica y pidió ser bautizado, lo que ocurrió el 23 de diciembre de 2006 en el Santuario de Nuestra Señora Reina de la Paz o de nuestra Señora de la EDSA, construido en el lugar de la revolución pacífica que derrocó a los presidentes Marcos y Estrada. Un año después, recibió su primera comunión y confirmación de manos de Mons. Broderick Pabillo, obispo auxiliar de Manila.

Un sacerdote que le preparó para recibir el bautismo cuenta que un día, mientras en la reunión de catequesis con un pequeño grupo, Darwin, recién cumplidos sus 13 años, le dijo: “Padre, sé quién es Jesús”. “Me desconcerté, así que le pedí que me revelara su secreto. Darwin pronunció estas palabras con gran sinceridad: ‘Jesús es aquel del que se encargan los sacerdotes’. Darwin no solo describió a Jesús, sino que también dio la definición de un sacerdote que nosotros, los que subimos al altar, deberíamos meditar detenidamente”.

Nunca se quejaba

Darwin sufría frecuentes episodios de falta de aire que requerían hospitalización. A pesar de esto, el personal de la Fundación ANAK-TnK y los otros niños encontraban consuelo en la forma en que Darwin enfrentaba su enfermedad. Constantemente repetía “gracias” y “te amo”. Nunca se quejaba y siempre sonreía incluso en momentos muy difíciles. Estaba atento a todos y brindaba apoyo a los otros niños de la Fundación cuando también sufrían pruebas y dificultades. “Nunca hablaba de su enfermedad sino de la misión que Cristo le había dado. Pasó su vida diciendo gracias y te amo”, explica uno de los que le trataron en aquel hogar. Aprendió y adquirió la costumbre de ofrecer sus sufrimientos por los muchos que sufrían más que él y un día, le dijo al sacerdote de la Fundación: “Sabes, padre, creo que Jesús quiere que aguante hasta el final, igual que él lo hizo”.

Darwin Ramos

Un voluntario de dicha institución explica: “Todos sabían que Darwin vivía con la espada de Damocles sobre su cabeza. Él mismo lo sabía. Sin embargo, había aceptado su enfermedad tanto que la describía como una misión. No solo fue una inspiración a lo largo de su enfermedad, sino que también inspiró a muchos en su camino terreno”.

Intimidad con Cristo

Darwin desarrolló una relación personal y una profunda intimidad con Cristo. No pasaba un día sin que el joven rezara y se confiara a él. Un cuidador de la Fundación cuenta que “un día, cuando Darwin tenía fiebre, insistió en que lo ayudaran a levantarse de la cama para unirse a los demás en el centro para dirigir la oración de la tarde. Para él, era Jesús antes que cualquier otra cosa”. Su vida estaba iluminada por su cercanía a Cristo.

Alguien que le visitó en aquel tiempo, explica la impresión que tuvo: “La alegría estaba siempre presente en el centro Nuestra Señora de Guadalupe. Albergaba a jóvenes con necesidades especiales, quienes se cuidaban mutuamente con afecto, era una verdadera hermandad. Darwin siempre estaba encantado de recibir visitantes. Pero en lugar de preguntarle cómo estaba él, se preocupaba más por nosotros estábamos nosotros. Le enseñé algunas palabras en francés, que recordaba perfectamente. Darwin también era un gran cantante”.

Seis años en el hogar

Darwin pasó seis años en aquel hogar y en ellos dejó una huella profunda de entrega a los demás y olvido de sí mismo, aunque poco a poco su salud se iba debilitando. El domingo 19 de septiembre de 2012, tuvo dificultades para respirar. La enfermera de la Fundación decidió llevarlo a la sala de emergencias del PCMC (Centro Médico Infantil de Filipinas en Quezon City). Cuando el sacerdote de la Fundación llegó a su lado, Darwin se disculpó por causarle preocupaciones. Recuperando el aliento, dijo trabajosamente: “Gracias por todo, Padre”. Al día siguiente, Darwin fue intubado. Ya no podía hablar, pero se podía leer de sus labios lo que quería decir. También podía escribir en un cuaderno. Así comenzó la “Semana Santa” de Darwin, al igual que la Pasión de Cristo.

El jueves, Darwin experimentó una batalla espiritual y le dijo al sacerdote: “Debemos orar”. “Por supuesto, Darwin, ¿pero por qué necesitas orar?”, “Porque estoy luchando”, respondió. “¿Estás luchando contra tu enfermedad?”, le preguntó, “Estoy luchando contra el diablo”. Recuperó la paz en el momento de recibir la unción de los enfermos. El viernes, 23 de septiembre, Darwin parecía tranquilo y tenía una gran sonrisa. Escribió con dificultad sus dos últimas frases en un cuaderno: “Un enorme agradecimiento. Estoy muy feliz”, como señal de una batalla ganada; poco después murió.

Dar lo mejor de sí

En 2018 la diócesis de Cubao, en Manila, a petición de la “Darwin Ramos Association”, decidió comenzar el proceso de canonización de este joven pobre y enfermo que había aprendido a dar lo mejor de sí mismo a los demás. Un hecho realmente extraordinario, pues había pasado poco tiempo desde su muerte y además había sido solamente un niño de la calle y un adolescente enfermo, prácticamente un desconocido. Y sin embargo, de modo espontáneo la gente había empezado a acudir a su tumba en el Pasay City Cementery, a rezar y deja flores y velas. Ya se han escrito varios libros sobre él, que nunca pudo aprender a leer.

Es difícil saber qué dirán los teólogos vaticanos sobre las virtudes de este adolescente, si considerarán que llegó a la santidad canonizable o no, el tiempo lo dirá. Si así fuera, quedaría patente una vez más lo que ya se sabe pero algunos olvidan, esto es, que hablar de la santidad, incluso con el término clásico de heroicidad, no significa pensar en súper-hombres o súper-mujeres, que esos no existen. Más bien todo lo contrario, se trata de gente normal cooperando con la gracia de Dios que les permite hacer las cosas ordinarias en un modo extraordinario. En este caso, Darwin Ramos supo poner su fragilidad y su pobreza al servicio de los demás, con una fuerza que sin duda superaba los límites que le imponía su condición física. Por eso, cualquiera que conozca su vida puede recordar las palabras de san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp. 4, 13).