Aunque a algunos les pueda parecer un santo con fuerte carga devocional y rodeado de toda una fenomenología de hechos místicos extraordinarios que a veces hacen difícil conocerle como era realmente, no cabe duda que el Padre Pío de Pietrelcina es uno de los santos más populares del siglo XX.
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Su acogida de los que acudían a él de muchos países, sus horas incontables dedicadas al confesionario, su facilidad para el consejo y el consuelo, su caridad extraordinaria hasta construir un hospital para los pobres, todo ello contribuyó a hacerle popular. En la actualidad su fama se manifiesta en hechos tan patentes como la cantidad de peregrinos que visitan su tumba cada año, los grupos de oración con su nombre que se extienden por todo el mundo, los libros y artículos que se han escrito sobre él, y un largo etcétera, en el que también hay que incluir las películas que se han hecho sobre su vida.
Sin sonrisas en el cine
Me he fijado en estas películas, que son un buen número, de estilos diferentes y realizadas en varios países, pero todas coinciden en algo bastante curioso: presentan al santo capuchino como alguien muy serio, severo y más bien triste. En alguna de ellas no conseguimos verle ni siquiera sonreír en toda la película. En la última que estrenaron en América, aparece a veces con una dureza a todas luces exagerada. Me llama mucho la atención porque para nada coincide con la imagen que tuve de él cuando hace años pude leer buena parte de su proceso de canonización.
Hay que decir que muchos directores de cine tienen problemas cuando quieren representar a los santos, se ve que no saben cómo hacerlo y los resultados están a la vista. En la película que hicieron hace unos años en Italia sobre la Madre Teresa de Calcuta, la protagonista no se mostraba alegre en ningún momento, y en las que hicieron sobre el Papa Juan XXIII se le veía escasamente más alegre, pero muy poco. Con lo que fueron todos estos dos santos. Por no hablar de las que en tiempos no lejanos han dedicado a Pablo de Tarso, Francisco de Asís, Juana de Arco, Ignacio de Loyola, Maximiliano Kolbe, Edith Stein.
Lo mismo con otros tantos, presentados generalmente con caras largas, a veces con aspecto de continua reflexión y misticismo, medio tristes, serios, rígidos, que da pena verlos. Por fortuna, hay algunas excepciones, como cuando se trata de Felipe Neri o don Bosco, pues lo contrario sería un esperpento; y cómo no recordar a la española Concha Velasco, que tuvo la genialidad de presentar a una Teresa de Jesús humana, que reía y hasta cantaba.
Amor frente a tristeza
No creo que sea por alguna motivación negativa sino solamente por la dificultad que puede tener un director de cine para expresar en modo visible la profundidad humana que conlleva la santidad de una persona. Pero no, tristes no eran los santos ¿Cómo es posible pensar que vivir en plenitud el amor de Dios y la entrega a los demás produzca tristeza? Bien a menudo lo recuerda el Papa Francisco: “La verdadera santidad es alegría, porque un santo triste es un triste santo”, citando el dicho que unos atribuyen a Santa Teresa de Jesús y otros a San Francisco de Sales.
Volviendo al Padre Pío, esa imagen que presentan de él está bien lejos de la realidad. Aquellos que lo conocieron y trataron de cerca nos dicen todo lo contrario, hablan de su alegría y su sentido del humor, que no perdió ni en los peores momentos de su vida. Y de éstos hubo muchos, como es bien sabido, en forma de dos severas persecuciones injustas que sufrió por parte de la misma Iglesia. La primera está vinculada a la autenticidad de los estigmas que le aparecieron en 1918; la segunda fue en los años ’60, por sospechas de supuestos actos indebidos durante sus confesiones.
Dos ataques directos
En la primera, las envidias del clero de aquella región, que miraban con recelo el fluir de peregrinos a San Giovanni Rotondo, provocó acusaciones falsas ante el Santo Oficio, que empeoraron cuando el famoso científico y franciscano Agostino Gemelli afirmó, mintiendo por escrito, que había examinado los estigmas y había comprobado que eran falsos. En realidad, lo único que era falso era su testimonio, pero al pobre Padre Pío le cayeron una serie de condenas y prohibiciones que sin duda no se merecía.
En la segunda, para intentar cubrir una estafa económica que había sufrido la curia general de los capuchinos en la construcción de un estudiantado internacional en Roma, el general de la orden le pidió al Padre Pío que contribuyese usando los donativos que llegaban de todo el mundo para construir el hospital de los pobres que se estaba levantando en San Giovanni Rotondo. Como él se negó, por respetar escrupulosamente la intención de los donantes, allí le llegó el segundo chaparrón al buen fraile, peor todavía que el anterior, con acusaciones turbias e inquietantes, y solamente se arregló la cosa cuando el recién elegido Papa Pablo VI dijo: “Dejen ustedes en paz al Padre Pío”. Así por lo menos en los últimos años de su vida cesaron las persecuciones de los que, al contario, le tendrían que haber defendido.
Aunque parezca increíble, los que caminaron con él todo por este viacrucis –a los que se lo permitieron, pues en la segunda persecución le quitaron de la comunidad a los que llevaban años viviendo con él y más le apreciaban– aseguran que no perdió su alegría y serenidad a pesar de los chaparrones y el maltrato sufrido, sin palabras amargas ni rencores.
Carácter afable
Dejemos que ellos mismos nos hablen de la alegría del Padre Pío. Nos cuentan cosas bien lejanas al modo como se suele presentar al santo, también en círculos devotos. Se habla mucho de la cruz pesada que tuvo que llevar, pero poco de la alegría con la que la llevó.
Escuchemos, por ejemplo, al Padre Alessio Parente, muy cercano a él: “Se ha escrito mucho sobre el carácter de Padre Pío, incluso se ha dicho que era bastante brusco con la gente, rápido para escuchar, de pocas palabras al aconsejar. Yo puedo atestiguar que Padre Pío, en cambio, tenía un carácter alegre, dispuesto al chiste y la broma; puedo decir que era de fácil y agradable conversación y en las conversaciones nunca incomodaba a sus interlocutores, tratando de establecer con ellos un ambiente de familiaridad. Cuando contaba chistes o anécdotas, era de una elegancia refinada, en el sentido de que siempre se expresaba con palabras adecuadas y muy correctas hacia las personas implicadas. Quienquiera que haya conocido a Padre Pío ha quedado cautivado por su persona. En su naturaleza y en su comportamiento había algo tanto simple como sublime al mismo tiempo. Esta característica constituía la fuerza moral que arrastraba y fascinaba a los presentes. A veces, con solo la entonación de su voz, podía ser severo, bromista, alegre, sin que su ánimo se alterara, siempre conservando una amable dulzura”.
Amante de los chistes
Este religioso, que escribió varios libros sobre el Padre Pío, cuenta que durante el descanso de la tarde, después de las celebraciones en la iglesia, le encantaba contar chistes de tema religioso y anécdotas divertidas, que mantenían la atención de los presentes, especialmente cuando usaba su colorido dialecto napolitano.
Una tarde, mientras se encontraba serenamente en el jardín, Padre Pío contó otra anécdota: Un día, mientras el Señor paseaba por el Paraíso, vio muchas caras de individuos cuya presencia en ese lugar, habitado solo por los buenos, dejaba absolutamente asombrados. En apuros, San Pedro, el guardián de la puerta del Paraíso, se justificó, explicando la presencia de esos individuos no por falta de vigilancia de su parte, sino por cierto activismo poco legal debido a una indulgencia particular de la Virgen María y San José. Mientras él cerraba bien la puerta del Paraíso para no dejar entrar a las almas de esos individuos de mal aspecto, la Virgen María y San José, durante la noche, abrían todas las ventanas.
Sabía utilizar todos los pocos momentos que el ministerio y la oración le dejaban libres para relajarse y descansar, casi siempre contando chistes de trasfondo didáctico y moral. Era capaz de sazonar las recreaciones de los frailes, con la pizca justa de sal y salidas ingeniosas sin aburrirse nunca. Con gusto se entretenía con los hermanos en el jardín o en el porche contiguo a su celda. Sabía esparcir alegría y alegría a su alrededor. Su astucia e ingenuidad contagiaban a los que le rodeaban.
Ingenioso y jovial
El Padre Carmelo Durante, capuchino, explica que una cosa era verlo en la iglesia y otra en la comunidad con los hermanos: “En el convento con los hermanos, el Padre Pío no parecía el mismo que se veía en las celebraciones, era tan ingenioso, alegre y jovial que a menudo acudían a él los hermanos para escuchar alguna historia que elevara el espíritu. Él las contaba tan bien que se identificaba completamente con ellas”.
Los capuchinos que vivieron con él destacan su bondad y cercanía con todos, cómo se interesaba por cada uno, visitando al que estuviera enfermo e intentando alegrarle con sus historias cómicas, nos dicen que siempre que uno llegaba o se iba de viaje lo abrazaba con afecto, porque de verdad quería a los hermanos. También era indulgente con sus defectos. Padre Tarsicio Zullo cuenta que a San Giovanni Rotondo había sido enviado un fraile en un momento delicado de su vida, a quien le gustaba fumar, algo poco habitual en los frailes entonces. Padre Pío se dio cuenta de esto y, aunque no estuviera muy de acuerdo, una vez le regaló cigarrillos diciendo: “Toma, fúmate uno para distraerte”.
¿Modos ásperos?
El 3 de enero de 1930, al sacerdote capuchino Giovanni da Baggio, que lo había visitado, el Padre Pío señaló los modos ásperos que usaba con los frailes. Padre Giovanni reaccionó diciendo: “Pero ¿modos ásperos?”. “Sí, sí, eres demasiado amargo, a veces áspero”, replicó Padre Pío. “Incluso al corregir, debes saber sazonar con modales corteses y dulces. Nunca me he arrepentido usar la dulzura, pero he sentido un remordimiento de conciencia y he tenido que confesarme cuando he sido duro”. Padre Giovanni interrumpió: “Pero debes tener en cuenta el carácter. Yo tengo un carácter serio, una cara adusta y cualquiera que me ve piensa que soy un tirano. Y además, si doy 99 besos y un latigazo, solo se fijan en el latigazo y no en los 99 besos”. Padre Pío retomó: “Debes modificar el carácter. Pon bondad y corazón en las correcciones. Preferiría que en lugar de 99 besos y un latigazo, fueran 100 latigazos, pero dados con delicadeza, con suavidad y amor”.
Es un tópico hablar de la dureza del Padre Pío, y ciertamente que algunos momentos era real, no con los religiosos ni con la gente en general, sino en ciertas ocasiones. Le sentaba mal cuando alguien le quería engañar en la confesión o acudía a él por simple curiosidad, y sobre todo cuando algunos lo trataban como a un santo haciendo muestras visibles de veneración. En esto coincidía con alguien bien alegre, San Felipe Neri, que solamente se enfadaba cuando querían llamarle santo, lo que al final de su vida ocurría con frecuencia.
Respeto… con sorna
Y, sin embargo, a veces el Padre Pío usaba de su sentido del humor para salir de algunas de estas situaciones. Fray Modestino Fucci, que vivió con él casi treinta años cuenta la siguiente anécdota: “Un día, Padre Pío salía de la sacristía y una mujer se le acercó preguntando: “¿Dónde está el Santo Padre?” Padre Pío respondió: “El Santo Padre está en Roma”, y se fue entrando por la puerta del convento. La mujer me preguntó: “¿Era él el Santo Padre?” Le dije: ‘Acabas de hablar con él’”.
En otra ocasión el Padre Bernardo le mostró una carta a Padre Pío. Leyendo la dirección, él dijo con sorna: “Pío, tienes que respetarme, acaban de nombrarme cardenal. La dirección dice: ‘Su Eminencia Padre Bernardo'”. Padre Pío respondió, también de broma: “Pues tú debes respetarme aún más, ya que esto es todavía mayor” y le mostró un sobre que le había llegado dirigido al “Santo Padre Pío de Pietrelcina”. A propósito de esto, no tienen pérdida las cartas que escribía a sus amigos de siempre, llenas de bromas.
También personas ajenas al convento conocían su sentido del humor. El doctor Giorgio Festa, enviado por el general de los capuchinos para examinar al Padre Pío, también desde el punto de vista psicológico, recuerda refiriéndose a los estigmas: “Un colega mío preguntó a Padre Pío: “¿Por qué las lesiones están aquí y no en otras partes del cuerpo?”. El respondió: “Usted es el médico. Debería decirme por qué deberían estar en otras partes del cuerpo y no aquí”. El doctor Festa sostuvo desde el principio la autenticidad de dichos estigmas.
Cualidades para humorista
El capuchino Pio Capuano, amigo suyo, cuenta la siguiente anécdota: El padre Pío estaba celebrando una boda, y el novio estaba tan emocionado que no podía decir “sí”. El padre Pío preguntó varias veces y luego añadió: “Bueno, ¿cuándo vas a decir que sí? ¿Quizás quieres que me case yo con ella?”.
Los que convivieron con él nos dicen incluso que Padre Pío tenía las cualidades para haber sido una actor cómico. Bastaba con mirarlo y escucharlo cuando contaba anécdotas y chistes: cada palabra y cada gesto estaba dirigido a crear el ambiente adecuado para una risa alegre. Una imagen que se parece poco a la de las películas y libros de devoción, pero que es la auténtica. Pudiera ocurrir que alguno se sintiese más atraído por un Padre Pío serio y circunspecto, pero no lo era. En él –como no podía ser de otra manera– se cumplió el dicho, pues no fue ni un santo triste ni un triste santo, sino todo lo contrario.