Uno de los rasgos de esa mundanidad que tanto menciona el papa Francisco es la autosuficiencia de creerse salvado. Por eso es necesario hacer un comentario sobre un tema que suena a catecismo de las abuelas, a fábulas infantiles o leyendas pueriles caza bobos, pero no, un tema que existe y es real, el pecado.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Más procesos para el primer anuncio
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Hablar del pecado remite directamente a hablar de la conciencia, y la conciencia está relacionada con el comportamiento, con las acciones, con las conductas y con la vida misma.
El asunto está en que la conciencia, si no está lo suficientemente iluminada, puede hacernos una mala jugada, la jugada de la auto justificación, y poco a poco acallar esa voz interior que nos dice que todo lo que hacemos no está mal.
El todos, todos, todos que dice el Papa
El papa Francisco, en la primera audiencia general de este año lo comentaba: “‘Padre, no me acuerdo, no sé si tengo pecados…’. Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa en el corazón. Todos somos pecadores, todos. Y un poco de examen de conciencia, una pequeña introspección nos hará bien. De lo contrario, corremos el riesgo de vivir en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad, y ya no sabemos distinguir el bien del mal”, decía.
El cardenal Ratzinger lo explicaba también: “Por esto Jesús puede obrar con éxito en los pecadores, porque estos no se han vuelto impermeables, escudándose en una conciencia errónea, a ese cambio que Dios espera de ellos”.
Es decir, si queremos que Dios obre con éxito en nosotros, no podemos anestesiar la conciencia con una laxitud moral en el que todo cabe o todo está bien, y no solo porque lo diga la Iglesia, sino porque el fuero interior, la semilla de verdad sembrada, permite reconocer el pecado en cada uno. Si no tuviésemos pecados no necesitamos a Dios, ni menos su bendición.
Confesar y reconocer lo que Dios puede hacer
Por eso, reivindicar, sí, yo soy un pecador, todos somos pecadores, y ha sido por los pecadores que ha venido Jesús.
Si, allí donde abunda el pecado es que puede sobreabundar la gracia, y con espíritu humilde y docilidad no ceder ante el orgullo falaz de la auto justificación. En este sentido, siempre, se bendice al pecador, no al pecado, pero para que éste pueda salir o luchar contra el pecado.
Huir, por tanto, de la tentación de creerse buenos, de creerse santos, o merecedores de la gracia a la fuerza, pues en vez de acercarnos a Dios, nos acercamos a nosotros mismos, en una autocomplacencia que no salva, ni libera.
Por eso tiene sentido la Cuaresma, y tendrá mayor sentido la Pascua, cuando se entone: “Oh feliz culpa que mereció tan grande redentor”.
Por Rixio Gerardo Portillo R. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.