Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Todos, todos, todos…


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“No es el placer del viaje ni cualquier otro interés lo que me ha traído hasta vosotros. Vengo porque somos todos hermanos, o más bien, porque sois mis hijos y mis hijas, y es justo que, como padre de familia, de esta familia que es la Iglesia católica, yo muestre que cada uno tiene derecho a un igual afecto. ¿Sabéis lo que significa ‘Iglesia católica’? Quiere decir que la Iglesia está hecha para todo el universo, que está hecha para todos, que no es extranjera en ninguna parte: toda persona, cualquiera que sea su nación, su raza, su edad, su educación, encuentra su sitio en ella”.



Probablemente, el lector habrá reconocido en esta frase el estilo del papa Francisco, y fácilmente la habrá puesto en relación con el famoso “todos, todos, todos” que Francisco pronunció en la JMJ de Lisboa y ha repetido en varias ocasiones.

Pues lo interesante es que el párrafo arriba citado no es del papa Francisco, sino de otro papa: san Pablo VI. En efecto, el 20 de noviembre de 1970 (¡ha llovido algo desde entonces!), Pablo VI llegó hasta las Islas Samoa, en el océano Pacífico. Durante la celebración de la misa en el poblado de Leulumoega Tuai, sobre la costa noroeste de la Isla de Upolu, el papa Montini había dejado de lado el “nos” mayestático utilizado en la época por los soberanos pontífices y se soltó con ese hermoso párrafo coloquial y fraterno.

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En una Asamblea Continental del Sínodo de la Sinodalidad, se cuestionó y prácticamente se rechazó como título del documento de trabajo la cita bíblica “Ensancha el espacio de tu tienda” (Isaías 54, 2), porque “no es cuestión”, decía un obispo, “que entre cualquiera y en cualquier condición”.

El lugar de los pecadores

Contrariamente, el papa Francisco insiste en que en la Iglesia tiene que haber lugar para todos. En la Iglesia nadie debe sentirse extranjero, ni debe importar su lengua, cultura, pueblo o nación. Es la “Iglesia para todos” de la que habló el papa Francisco en Lisboa y poco después en Mongolia, donde dijo estar contento de viajar para estar entre los pocos cristianos de dicho país como el “hermano de todos”.

Por cierto, en la Iglesia no es que haya lugar para los pecadores, sino que “es el lugar para ellos” (o sea, para nosotros), porque Jesús no vino para los justos, sino para los pecadores.

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