El jueves 29 de febrero se hacía público el nombramiento como obispo de Girona del abad del monasterio de Poblet, Octavi Vilà. Por primera vez en 300 años, se le entrega una mitra y un báculo al abad de este monasterio que es símbolo espiritual y cultural de Cataluña. Este hecho habla de la singularidad de esta elección, que pone fin a una sede vacante desde hace dos años, una demora a todas luces injustificable.
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El hecho de que el Papa se haya decantado por un religioso cisterciense para dirigir una demarcacion eclesiástica supone un signo indiscutible de aprecio, no solo personal hacia Vilà, sino hacia toda la vida contemplativa, a su apuesta por la fraternidad y la oración, que ni mucho menos pueden interpretarse sinónimo de desconexión con el mundo.
Una Iglesia pobre y para los pobres
Más bien lo contrario, a buen seguro que el obispo monje aportará, tanto al pastoreo de su diócesis como al colegio episcopal, esa profecía de afrontar los desafíos de la realidad doliente de hoy con la centralidad en Cristo, el silencio orante como garantía de un discernimiento sereno acorde con la voluntad de Dios, y la ‘Carta de la Caridad del Císter’ como brújula nunca caduca de una Iglesia pobre y para los pobres.