(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Aún retumban ciertos ecos de aquellas concentraciones en la madrileña Plaza de Colón o de las manifestaciones en las que vimos a obispos. Sin embargo, su escasa aportación a los análisis sobre las causas y efectos de la crisis en las vidas de millones de personas descoloca a no pocos”
En la laica y descreída Francia, donde el presidente de los obispos las ha tenido tiesas con el ministro que expulsó a los gitanos, se preguntan si el cristianismo no se estará convirtiendo en la auténtica fuerza contracultural, toda vez que quienes ayer fueron los adalides de la contracultura son hoy quienes expulsan a los gitanos, financian a los bancos que han causado la crisis, desmontan el Estado del Bienestar, recortan la ayuda al desarrollo o contribuyen al calentamiento del planeta.
Decía Elías Royón en Vida Nueva que si la Vida Religiosa dejase de ser contracultural, dejaría de tener sentido. Otro jesuita, Lombardi, sostiene que en muchas ocasiones, el mensaje de la Iglesia –independientemente de que se transmita mejor o peor– no se quiere entender, y es atacado, porque va contracorriente.
Y en España, ¿es la Iglesia un motor contracultural? ¿Se entiende lo que dice? ¿Dice algo? Nadie puede acusar a la institución de no salir a defender los valores de la familia y su apuesta innegociable por la vida. Aún retumban ciertos ecos de aquellas concentraciones en la madrileña Plaza de Colón o de las manifestaciones en las que vimos a obispos. Sin embargo, su escasa aportación a los análisis sobre las causas y efectos de la crisis en las vidas de millones de personas descoloca a no pocos. ¿Es que no hay palabras para las más de cuatro millones de familias que están en paro? ¿Nada que decir sobre una huelga general y sus repercusiones?
Nadie niega la importancia pastoral de la JMJ de Madrid ni la importancia de alcanzar las cifras que ambicionan sus organizadores (aunque el Papa acaba de decir que “la Iglesia no trabaja para aumentar sus propios números”), pero no se entiende que los nuevos cursos pastorales en muchas diócesis la tengan como objetivo prioritario y no se insista en las enseñanzas de la Caritas in veritate para los tiempos que nos toca vivir. Salvo que esa misma JMJ sea la mordaza que impide o ralentiza un discernimiento propio sobre la crisis o, por ejemplo, la huelga del 29-S.
En el nº 2.722 de Vida Nueva.