“Trampa” al servicio del “globalismo”, instrumento para acelerar la implementación del “nuevo orden mundial” en el que campen a sus anchas “la ideología de género” y un ecologismo con “carga ideológica”… Estos son algunos de los prejuicios que, en determinados ámbitos eclesiales (las expresiones antes citadas corresponden a obispos), se achacan a la Agenda 2030.
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Una palabra y una fecha que, citadas conjuntamente, a modo de término, despiertan fobias desatadas. Pero, si concretamos más allá del lema, nos encontramos con que estamos ante la Agenda sobre el Desarrollo Sostenible que, en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) del 25 de septiembre de 2015, salió adelante como principal fruto de un acuerdo multilateral en el que la inmensa mayoría de países del planeta se comprometen a conseguir, para el conjunto de la humanidad, 17 grandes objetivos en un plazo de 15 años. Fines, todos ellos, que se encarnan en 169 metas específicas.
Herencia de los Objetivos del Milenio
Tal respuesta humanitaria es herencia directa de los Objetivos del Milenio (ODM). Fijados en el año 2000, también gracias al acuerdo global de 189 países en el seno de la ONU, debían haberse culminado en 2015. Pero, cuando llegó esa fecha y sus fines estaban muy lejos de lo soñado, se amplió el plazo otros 15 años. Así, organizándose la Agenda 2030 en torno a lo que ahora se llaman Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), nos encontramos ante un propósito básico por el que el hombre se compromete a poner fin a la pobreza, alcanzar el hambre cero, defender la igualdad de género, apoyar el trabajo decente, apostar por un modelo de producción y consumo que apoye la justicia climática u ofrecer a todos los ciudadanos un acceso real a la educación o a la sanidad.
Desde Cáritas Española, la jurista Sonia Olea, miembro del Equipo de Incidencia Política que trabaja en la promoción de los derechos humanos, en especial el acceso a una vivienda adecuada, explica a Vida Nueva que “la Agenda 2030 es una herramienta específica que los estados se han dado para hacer realidad el sueño de unos derechos humanos para todas las personas. Hasta ahora ha habido acuerdos y tratados de todo tipo, pero este es un intento de aterrizar de forma concreta un compromiso global en el que estén incluidos todos los derechos humanos, y en base a políticas públicas revisables y con indicadores”.
Un hecho evidente
Así, al igual que “una naturaleza viva y sana es esencial para todos”, en Cáritas se presenta también “como evidente que nadie puede quedarse fuera de este propósito común. No se puede quedar ningún vagón descolgado del tren, sino que todas las personas hemos de llegar auténticamente a esa imaginaria estación final de los derechos humanos”. Lo que para Olea no puede dejar de pasar “por un modo de organizarnos en base a herramientas políticas que sean públicas y evaluables, ordenando y visibilizando cada uno de los objetivos a cumplir”.
La representante de Cáritas admite que, “en mi trabajo diario, no encuentro los prejuicios que sí puede haber sobre la Agenda 2030 en otros ámbitos; seguramente es porque enlazamos la propia Agenda con otros espacios o denominaciones, como la ecología integral, la crisis socio-ambiental o el desarrollo sostenible. Lo esencial es ir dándonos cuenta que ya no estamos en un mundo donde el ser humano es el único dueño del universo, sino que, como nos dice Francisco, es un momento crucial para concretar el sueño de una fraternidad sin fronteras”. Además, consciente de que estamos ante un término “ideologizado”, huye de esa contaminación semántica y apuesta por “salir de las denominaciones”. Por ejemplo, ella nunca habla simplemente de “ecología”, sino de “ecología integral”, pues, además de tener mucha resonancia en el mundo eclesial, añade un matiz preñado de hondura, “incluye, no solo la crisis ambiental, sino también la social”.
Es la ‘Agenda de Desarrollo Sostenible’
De un modo más genérico, Olea propone “hablar mejor de la ‘Agenda de Desarrollo Sostenible’, haciendo ver que planteamos principios ‘para vivir en un mundo mejor’, compartiendo una ‘Casa común’. No es un recurso lingüístico, sino que denota una actitud por la que ponemos en el centro lo que realmente importa: el derecho al agua, a la soberanía alimentaria o a la vivienda adecuada, así como la conciencia del trabajo decente, de la salud mental o de la emergencia climática… Y es que clamamos ante realidades que son sangrantes en el Congo o en la Amazonía, pero que también experimentamos aquí. Basta con pasear por nuestros campos para comprobar que todo está cambiando y es más dañino contra todos: los árboles, los animales, las personas…”.
En este sentido, la jurista reitera que, “en ese sueño por la fraternidad, no puede haber personas que se queden fuera, descolgadas, invisibilizadas. Nadie puede quedarse atrás, pues esta, además de una crisis ecológica, es una crisis social que afecta, entre otras cosas, a nuestro modelo de producción y consumo”.
Todo está interligado
Y es que, “como nos repite frecuentemente el Papa, todo está interligado. Eso se da tanto en la naturaleza como en lo referente al conjunto de los derechos humanos, que están interrelacionados entre sí. El agua, la vivienda, la educación… Todo se cuestiona y sufre en medio de una crisis ambiental y social”. Lo que le lleva a Olea a formularse las siguientes preguntas: “¿De verdad podemos no experimentarlo? ¿No alcanzamos a verlo a nuestro alrededor o cuando viajamos? ¿No lo encontramos cuando vemos a mujeres solas sin medios suficientes para una vida adecuada con sus familias, o a las víctimas de un desalojo forzado? ¿No alarma de un modo especial en el mundo rural? Porque esta es la realidad que en Cáritas acompañamos día a día”.
De ahí su rotunda conclusión: “Toda la red mundial de Cáritas es consciente de esta situación, de la urgencia que afrontamos como humanidad. Y hay algo que tiene que movernos en todo momento: la conciencia de que nadie se puede quedar atrás, pues el sueño de una nueva humanidad es para todas y cada una de las personas, para la naturaleza entera”.
Punto de partida erróneo
Inmaculada Mercado, directora de Proclade Bética, miembro de la Red de Entidades para el Desarrollo Solidario (REDES), donde confluyen decenas de ONG ligadas a congregaciones religiosas (ellos son obra de los Misioneros Claretianos), tiene claro que “es erróneo el punto de partida por el que se considera que una agenda de compromisos con vocación de ser ampliamente aceptados quede descalificada o se rechace porque supuestamente no es católica. Parece no entenderse que estamos en otro registro. Es como si descalificáramos una receta de cocina porque no sirve para rezar”.
Ante la evidencia de que es el ODS 5, que busca “la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas”, el que más hostilidad levanta en ciertos sectores católicos, por entender que “promueve la ideología de género”, Mercado se pregunta: “¿Por qué es, justamente, el centro de la mayor controversia el objetivo que se refiere a la igualdad de géneros (en plural), a las mujeres y a las niñas? Para llegar al acceso pleno e igualitario a los derechos humanos, primero hay que estar de acuerdo en el diagnóstico. Pero el problema es que este no se acepta”.
Mujeres y niñas, en el centro
En definitiva, la clave profunda es que “no se reconoce que hay todo tipo de formas de discriminación contra las mujeres y las niñas en todo el mundo, que existen distintos modos de violencia contra ellas en los ámbitos público y privado, que son víctimas del negocio de la trata y la explotación sexual, que no acceden en igualdad de condiciones a la educación, a la participación económica, política y social, que se minusvaloran los trabajos de cuidados con las que se las identifica y discrimina, que la pobreza tiene rostro de mujer… Pero, ¿por qué siempre se cuestionan acciones y políticas que tengan en el centro a las mujeres y las niñas?”.
Algo a lo que la representante de Proclade Bética responde con claridad: “Porque existe un sistema patriarcal ancestral, grabado a fuego en el consciente y subconsciente de hombres y mujeres. Cuando se utiliza la palabra ‘género’, se encienden todas las alarmas; solo mencionarla desencadena suspicacias y descalificaciones. Es especialmente doloroso cuando esto ocurre entre personas e instituciones de la Iglesia. Las referencias a la ‘ideología de género’ se utilizan demasiado frecuentemente como coartada para desacreditar las luchas por la igualdad que legítimamente protagonizan las mujeres (y gracias a Dios también hombres) en todo el mundo. Hay un interés claro en generar confusión de términos e incluir en una misma categoría conceptual todo aquello que ponga en cuestión un sistema de dominación y discriminación que, en el fondo, pretende mantenerse”.