Con la presencia de los presbíteros porteños, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, celebró la Misa Crismal en la Catedral Metropolitana. Estuvo acompañado por el auxiliar y vicario general, Gustavo Carrara, y loa auxiliares Joaquín Sucunza y Alejandro Giorgi, y el Nuncio Apostólico en la Argentina, Miroslaw Adamczyk.
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Además de renovar la promesas sacerdotales, se bendijeron los óleos que se utilizarán durante el año para los distintos sacramentos.
Los ojos en Jesús
Durante la homilía, el primado de la Argentina le preguntó a los sacerdotes: “¿Tenemos los ojos fijos en Jesús, tenemos puesta nuestra vista y atención en Él?”. Pidió renovar el deseo de encontrarse con el Señor en la oración personal que es una alternativa al trabajo o a los compromisos. Allí, en la oración son ungidos por su mirada porque los ojos de Jesús pueden devolverles el brillo que sólo el amor gratuito puede dar. Y en la Eucaristía, “verdadera comida con sabor a todos”.
Ante la cultura de la indiferencia, exhortó a mirar los ojos fijos en Jesús pobre para no dar vuelta la cara frente a los rostros concretos de Cristo en los que sufren, los que tienen dolor, injusticia, enfermedad y muerte. “Estar cerca de la gente, encontrarnos con todos desde nuestra propia fragilidad… como sacerdotes abrazados por el deseo de llevar el Evangelio a las calles del mundo, a los barrios, a los hogares, especialmente a los lugares más pobres y olvidados”.
García Cuerva reclamó también poner los ojos fijos en los hermanos sacerdotes; redescubrirse hermanos, vulnerables y pecadores, cada uno con su estilo, ideas, talentos y defectos, pero todos miembros de la familia sacerdotal: mirarse como Jesús mira, sin prejuicios, sin ojos condenatorios, sin crueldad.
El arzobispo recordó, a pocos días de los 50 años de su asesinato, al padre Carlos Mugica, que entregó su vida por Jesús y el Evangelio en una Argentina convulsionada y violenta. Aseguró que era un sacerdote de Cristo, un apasionado por la buena noticia de Jesús y que se entregó por los más pobres.
Con respecto a la Iglesia arquidiocesana, dijo: “somos familia”. No es de Dios cortarse solos o encerrarse, victimizarse. Expresó que son sacerdotes de esta comunidad de Buenos Aires, “desafiante y compleja, diversa y apostólica a la que servimos, entregando nuestra propia vida, pero con una mirada más amplia… Somos más que mi ministerio y mi obra evangelizadora. Somos pueblo de Dios”, aseveró.
Un tesoro que desborda
El titular porteño reclamó un mirada siempre despierta, vivaz, alegre, y “que exprese que llevamos un tesoro que nos desborda y que es para compartir: la Buena Noticia de Jesús”, alegría fervorosa, popular, inquieta y buscadora para llegar a todos.
Finalmente, García Cuerva agradeció a los sacerdotes, no solo su entrega y entusiasmo misionero, sino el testimonio de los mayores, su fidelidad y la sabiduría evangélica. A título personal quiso dar gracias a todo por la cercanía, y acompañamiento, por los consejos y por enseñarle a caminar; por la sinceridad y el cariño. “Gracias porque experimento con ustedes la alegría de ser hermanos“, indicó.