Buscando alientos que den vida entre las fotografías varias de madres refugiadas me encontré con muchas besando a sus hijos heridos o muertos. Y entre los escritos profanos que me hablaran del esfuerzo ante el dolor y del reflejo del último aliento humano encontré esto que escribía Mario Benedetti: “No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás sola, porque yo te quiero”.
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Aliento como fuego. Aliento que es espíritu. En Jesús de Nazaret, haciendo sus últimos esfuerzos por vivir, el último soplo de vida se visibiliza y proclama en la última frase referida a su vida mortal: “E inclinando la cabeza, exhaló su espíritu”.
Desde este lado de la valla, quizás solo veremos el último suspiro de un hombre que muere. Aunque, quizás también, desde el otro lado de la valla –alcanzada la libertad y la verdad plena– podremos percibirlo como el momento del don total que sale de dentro. El último aliento. Aquello que no se ha podido entregar hasta ese momento.
El primer aliento
Jesús mira en torno suyo y se mira a sí mismo al cruzar la mirada con la de su (y nuestro) Padre. Observa alrededor. María y a su lado dos mujeres más (¡cómo no!). Un poco más allá Juan. Otras personas a más distancia, algunas escupiendo. Un cielo tenebroso, un centurión asombrado. Muchos otros a quienes no ve su rostro porque le han dado la espalda. Mucha soledad
Jesús “hasta entonces” ha entregado su ropa, su vida, sus enseñanzas, su perdón, su Madre… El Crucificado con los ojos semicerrados y con un pensamiento en forma de pregunta: “¿Que más me queda por daros?” Y se responde en silencio. Sin palabras: “E inclinando la cabeza, exhaló su espíritu”.
Momento de soplo y aliento de vida. Como en la Creación.
También sería así el primer aliento de Cristo “al levantarse”, al resucitar. Quedó expresado en una de las joyas de la iconografía de Venancio Blanco como es la escultura del ‘Cristo que vuelve a la vida’, una talla en madera que ocupa un lugar privilegiado en la catedral de Salamanca. Él prefirió plasmar, más que un yacente a la manera tradicional como ya había muchos en la historia del arte, la vida en lugar de la muerte, y se atrevió a concebir el primer momento de la Resurrección. Un Cristo pascual que, aunque todavía está en el sepulcro, refleja el primer fogonazo en el que Jesús vuelve a la vida, un momento verdaderamente inefable e inimaginable. Su amigo Chema Sánchez dice que consiguió que “esta obra tuviera una semilevitación, como si estuviera a punto de arrancar para elevarse en el aire”.
Momento último de la muerte, momento primero de la resurrección. Es un aliento que nace de dentro. Y sale de dentro
Por eso a los niños les explico que este es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, el soplo de Dios… Lo mejor que nace de dentro. Les digo que es el beso de Dios.
Y lo entienden mejor.