Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La vida: la primera, la última y la única


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Estas tres características debieran ser nuestro norte para valorar la vida y poner en cada segundo de la existencia todo nuestro corazón para amar y servir. Y es que es tan fuerte nuestro nivel de alienación y automatismo, preocupados de rendir y sobrevivir en medio de los conflictos y preocupaciones diarias, que se nos olvida que la vida es un regalo que no controlamos y que en cualquier momento se nos puede acabar.



De estas tres condiciones de la vida, se desprenden a su vez actitudes y acciones muy concretas que nos ayudarán, además, a ser más plenos, felices y ser un aporte en la construcción del Reino de Dios, que es la fraternidad y la paz.

Vivir cada día como si fuera el primero

Si cada mañana nos despertamos como los niños en Navidad, con el asombro cosido a la mente, con la ilusión bordada en el alma y con el entusiasmo pegado en el cuerpo, seguramente cada encuentro y vivencia que tengamos vamos a experimentarla con gozo, aprendiendo de los matices que se nos ofrezcan y siendo agradecidos por todas las bendiciones que vamos recibiendo. Pondríamos más atención en el corazón de las personas que en sus roles, posesiones o posiciones, y seríamos más compasivos y curiosos por conocer sus vidas con interés genuino.

Con cada desafío se nos despertarían pedacitos del cerebro, aprendiendo de otras historias y que, en la sorpresa de la diversidad, se encuentra repartida la verdad. Si cada día fuese el primero, no perderíamos el tiempo en ganar, sino en jugar; en acaparar, sino en compartir; en figurar, sino en tejer vínculos de amistad; en comprar, sino en ayudar; en rendir, sino en servir; en defenderse, sino en amar.

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Vivir cada día como si fuera el último

También nos regala una conciencia nueva de que nada está bajo nuestro control y que solo nos queda entregarnos a una Presencia que sabe más. Por lo mismo, las prioridades de la vida toman su justo lugar. Haríamos todo como si dependiera de nosotros, pero sabiendo que depende de alguien más. Es aquí donde podemos ser conscientes de que somos creaturas, hijos/as de un Padre Madre que nos llamó a la vida con un propósito especial. Si fuese el último día de la existencia, seguramente nos gustaría dejar la mejor versión de nosotros a los demás; cooperar en que lo que encontramos al venir esté óptimo para los que vienen detrás.

Si esta vida se acaba, lo material se hace irrelevante, ya que no lo podemos llevar, y el amor sano hacia uno mismo, a los demás y a la creación, pasan a ser el único fin a concretar. Vivir como si fuera el último momento para respirar nos interpela a ordenar la vida sin dejar asuntos pendientes con los demás. Nos empuja a pedir perdón por las faltas cometidas y a perdonar. Nos llama a decir lo que sentimos sin miedo y a dar todo lo que somos y tenemos con generosidad. Esta actitud nos invita a transformar cada vínculo en un portal para abrazar y dejar sembrado en el corazón del otro nuestra singularidad. Todo se disfruta intensamente y los cinco sentidos se abren de par en par. La vida pasa a ser una fiesta de claros y oscuros de la cual no me quiero perder nada para llevarla a la eternidad.

Vivir cada día como si fuese único

Aquí se encierra el secreto de la plenitud y el bienestar personal y comunitario porque es la pura verdad. Cada momento es irrepetible e inédito, y tenemos siempre la posibilidad de darnos como alimento a los demás, aportando esperanza, alegría, ideas, consuelo, inteligencia, contención, amorosidad y ternura, tan escasas en la actualidad. La vida es única porque no la podemos poner marcha atrás ni acelerar, pero, al mismo tiempo, es una constante oportunidad que no podemos desaprovechar.

Esta actitud vital nos hace disfrutar lo que nos presente la vida, sin prejuicios, enseñándonos a surfear con destreza y no dejándonos ahogar por ninguna ola, por más grande que pueda ser. Es lo que nos toca y no es casualidad, sino una maravillosa posibilidad para ser más buenos en amar y servir; para purificar nuestro ego y vivir con más libertad; para dejar de depender de tanto afecto desordenado y esclavitudes que nos quitan la paz; para ejercitar músculos de solidaridad y renunciar al engaño de la posesión y el poder como éxito existencial.

Que no exista un “vale por otra vida” nos dispara a la eternidad, caminando conscientes de nuestro origen y destino final. El modo en que hoy vivimos no puede estar más lejos de esta propuesta, pero, al menos, reflexionarla, leerla y entenderla nos puede ayudar a despertar del engaño de creer que la muerte nunca nos va a abrazar.