(Al hilo de un taller con PX)
Mateo 1,16.18-21.24a
“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”.
Poner nombre, las cosas de Dios
La corresponsabilidad es transversal en la historia de la salvación y lo es desde los orígenes. No hay duda que el génesis confiesa y cree que Yahvé es el creador de todo y sin él no se ha hecho nada, pero también tiene claro desde los comienzos que este quehacer divino está llamando continuamente a la colaboración, a la cocreación, y que eso pasa por gestos tan importantes como poner nombre a las criaturas, entre las mismas criaturas.
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El hombre ha de hacerse corresponsable de Dios nominando la realidad y sabiendo que ese poder se lo da el que es el fundamento de todo. Nominar de alguna manera es responsabilizarse, entrar en diálogo respetando lo propio del otro ser, religándose con esos seres sabiendo que tú no eres el fundamento, sino el compañero de camino que has de tener cuidados sobre él. Es bello tenerlo en cuenta en la lectura de este pasaje sobre José, donde se no puede escapar el detalle de la misión de José: “y tú le pondrás por nombre Jesús”.
Un taller sobre la escucha
Hoy voy un poco lento en la elaboración del hecho del día y comentario evangélico. Pero recuerdo que el sábado fui partícipe de un encuentro de formación organizado por un grupo de Profesionales Cristianos de Madrid. El tema de convocatoria tenía sentir evangélico: “El que tengo oídos que oiga”. Queríamos centrarnos en el tema de la escucha como un elemento más en el proceso que estamos llevando durante estos tres años acerca de la cultura del cuidado como elemento transversal de nuestra vivencia evangélica de la profesión en el contexto actual. Para ello acudimos a un persona experimentada y formada en dicha dimensión humana como es Inmaculada García Sánchez-Muro, religiosa dominica, a quien conocíamos por un grupo de contemplación y silencio de Madrid. Ahora ella vive en Canarias.
Entre los participantes estaban Miguel y Karina, oriundos de Perú, pero que ya llevan años de formación y profesionales en España, él en el campo de la lengua y los idiomas, ella en medicina para mayores. Allí tuvieron ligazón con el movimiento de profesionales acompañados por teólogos como Gustavo Gutiérrez. Su formación nos enriquece mucho. Ahora están viviendo un momento sagrado y único, aguardan a su primer hijo, muy buscado y muy deseado, no ha sido tarea fácil. Bromeamos con la elección del nombre, yo les aseguro un buen padrinazgo y colaboración si aceptan llamarle “Pepe”, pero ellos se resisten al chantaje económico y emocional. No sé cómo le llamarán, pero tendrán que elegir su nombre. Nos reímos contando las costumbres culturales, hoy ya declinadas, de la forma de elegir los nombres y las influencias de las suegras, etc… aunque no han puesto nada en la procreación de los que llegan.
Sea como sea, dado el tema del que venimos hablando de la escucha, comparten cómo ellos están silenciosos escuchando a este hijo que está en el seno maternal de Karina, de sentirlo como un miembro más del cuerpo de la madre, a ir descubriendo con sus movimientos y signos esa realidad nueva que va tomando su forma, su ser, su espíritu…No sabemos el nombre, pero si sentimos su ser, su realidad única y amada. La alegría profunda que provoca, la preparación de los que lo esperan. Comenta la madre que cuando llegue va a ser un experimentado en la escucha de los mayores, porque es lo que ella hace cada día en su profesión con sus pacientes.
La conclusión del taller fue muy singular, al menos así la entendía yo, porque descubríamos como tesis casi final que escuchar es “vivirse” y “vivirnos”. Es una cuestión de vida, sólo desde la escucha profunda nos adentramos en las claves de un vivir integral, pleno, que además tiene mucho que ver con el silencio sereno y contemplativo. En el fondo es la actitud fundamental que están desarrollando estos esposos ante la paternidad que experimentan. Llevar esa dimensión existencial a toda la vida es muy humano.
Apuntábamos las ideas previas que teníamos sobre la escucha y la verdad es que casi todos andábamos por esa orientación en el deseo de saber escuchar en nuestras vidas personales y profesionales, hoy me parecen muy oportunas para entender la actitud de José en su relación con Jesús:
- Centrar tu atención en alguien.
- Apertura a lo que el otro me dice y quiere comunicarme.
- Vivir con profundidad en el propio yo y en las relaciones.
- Estar presente.
- No juzgar, no solucionar, no darle tu propia versión de lo que el otro vive…
- Estar y vivir en el momento presente.
- Salir, descentrarte en favor del otro, tanto con tu cuerpo como con tus sentidos, a favor del otro.
- Saber distinguir lo que es el simple oír de la verdadera escucha, de lo profundo…
Qué misterio de relación tan auténtico entre la voz del no nacido y el deseo de vivir y escuchar la vida. Vivir es acoger la vida que se hace llamada, invitación, grito, silencio… Nos toca seguir avanzando en el tema de la “cultura de la cuidadanía”.
José y Dios, silencio y escucha
¿Quién escucha a quién? Consideremos que se trata de una escucha y un silencio mutuo. Por una parte, Dios que se encuentra con un José desorientado ante lo que le ocurre con María y el misterio de su embarazo, lo imagino escuchando su grito, su pregunta, su desnortamiento. Un Dios callado ante la dignidad de este joven judío sencillo que busca respuesta y sólo encuentra misterio, sin saber qué hacer ni a donde ir, pero sin perder el sentido de su amor que es verdadero.
Tras el silencio divino, su intervención en ese ámbito de intimidad que es el sueño, donde parece que te hablas tú a ti mismo y sin embargo habla lo más profundo de ti que es la alteridad de otro ser que sobrepasa y se te hace sencillo y necesitado. Entiendo a un José que se pone a la escucha activa de una joven sencilla, que ella misma se descubre ante un misterio que también le sobrepasa y la adentra en un silencio de contemplación, donde va pasando del extrañamiento y la desorientación, a la obediencia del ser que se ha engendrado dentro de ella y que ya la necesita para ser y vivir. Y pensando en esa criatura que sin ser suya, le posee y le pide su protección y cobijo, poniéndose en sus manos para que él mismo le ponga nombre sin límites, solo orientado por la bondad salvífica de un Dios lleno de misericordia y de compasión, que calla y habla desde el otro que te necesita.
Obedecer al ángel del otro que es sencillo y débil, fiándote de él por encima de tus proyectos y seguridades, ese es el salto de la fe, del hombre justo y creyente. Y así hace José, no hay más ángel que el de la realidad que te habla al corazón y te grita que necesita tus brazos, tu fuerza, tu corazón, tu vida, tu casa, tu pueblo, tu tierra… aunque sea en la pobreza de Belén y en la intemperie de un pesebre. En este buen judío se unió el silencio y la escucha propia de Dios y ante Él. Silencio y escucha, se fundieron en una obediencia al ángel de los cuidados y la ternura.
Hoy, es un día de celebración para soñar despiertos en la propia vivencia de aquellos que han escuchado nuestro grito y han sido nuestros protectores, cuidadores, compañeros, servidores, desde el silencio y la escucha pura, no por ser mejores o fuertes, sino por ser sencillos y humanos. Oremos desde la paternidad sin más adjetivos y agradezcamos el nombre que nos pusieron nuestros padres sencillos y trabajadores.