Hablar de abrazos en México, al día de hoy, no es políticamente correcto. Y es que el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha hecho del slogan ‘abrazos no balazos’, la definición de su estrategia para enfrentar al crimen organizado.
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No es que la expresión carezca de sentido: la violencia siempre genera más violencia, aunque sea defensiva o parte de una metodología que busca restablecer la paz y el orden, protegiendo a la población.
Sin embargo, como el primer mandatario ha hecho gala de numerosas locuciones disparatadas, según sus numerosos críticos -una de ellas, quizá la más reiterada, es “tengo otros datos”, cuando las cifras que le presentan contradicen su narrativa optimista-, arropar con los brazos a otra persona ha perdido su sentido original, en un clima tan polarizado como el mexicano, y ya con elecciones encima.
Pero el papa Francisco nos invita a dejar atrás esta predisposición con respecto a abrazar, y en reciente encuentro con la Acción Católica Italiana -cuyo lema de la reunión fue ‘Con los brazos abiertos’-, propuso tres tipos de abrazo: el que falta, el que salva y el que cambia vidas. Veámoslos.
El abrazo que falta es el que, paradójicamente, pareciera reinar en un mundo más presto a guerrear que a convivir de manera pacífica. Los brazos en vez de expandirse se vuelven rígidos, dejan de ser vínculos de fraternidad para convertirse en herramientas de rechazo, de exclusión, y las manos se convierten en puños que en vez de acariciar a nuestros semejantes buscan golpearlos.
Pero nos dice Francisco de Roma que también hay apretones que salvan, porque abrazar representa la expresión más nítida de nuestros valores fundamentales: el afecto, la estima, la confianza, el ánimo, la reconciliación y -aunque no lo dice el Papa- el perdón. ¿Quién no ha imaginado el padre misericordioso abrazando al hijo pródigo, que regresa arrepentido a su hogar?
Y, en tercer lugar, el estrujón que cambia vidas, pues -afirma Francisco- muestra caminos nuevos, vías de esperanza. Y recuerda cómo algunos santos dieron un giro radical a su existencia gracias a un abrazo, como San Francisco de Asís, que lo dejó todo para seguir al Señor después de estrechar a un leproso. Acoger a quien sufre, aliviar el dolor del afligido, consolar al triste con un abrazo, es ya aliviar un poco su pena.
Pro-vocación
Estuve esta pasada semana en la Catedral Metropolitana de Liverpool. Además de sorprenderme su tamaño, y admirar la belleza de sus sitios litúrgicos, me llamó la atención el que en una capilla lateral estuviera una imagen de San Oscar Arnulfo Romero. ¿En cuántas catedrales latinoamericanas se le venera con la misma devoción? No lo sé, pero imagino que en pocas. Siempre ha sido un santo ‘incómodo’.