Por estos días estamos viviendo el día de oración por la reconciliación y la paz de Colombia. Esto porque necesitamos reconciliarnos para avanzar. Hace seis años el padre Francisco de Roux lo decía en su maravilloso libro ‘La audacia de la paz imperfecta’: “Lo que nos ha pasado es para mí un proceso inacabado que logró la reconciliación en La Habana y, con ello, la primera parte de la paz, que es el final de la guerra, pero que en la sociedad colombiana no logró la reconciliación. Por el contrario, a escala nacional se acrecentaron las divisiones irreconciliables de tal manera que podrían hacer fracasar esta paz imperfecta” (de Roux, 2018, p. 21). Esto efectivamente sucedió.
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Estas palabras proféticas, concretaban en cierta manera lo que el papa Francisco había dicho meses atrás acerca de la reconciliación: “La reconciliación no es una palabra que debemos considerar abstracta; si esto fuera así, solo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto” (Francisco, 2017, Homilía en Catama, Villavicencio).
Violencias
Estos planteamientos nos permiten considerar que nos queda mucho camino para avanzar, pues las divisiones y los sentimientos que atentan contra la fraternidad y la sororidad están a flor de piel. ¡Cuántas violencias estamos viviendo en nuestra sociedad colombiana!
Sin embargo, el cristiano nunca se resigna a pensar que la guerra y la división tienen la última palabra. Nadie nos puede quitar la esperanza de vivir un amor profundo entre nosotros, anclado en el amor que Dios nos ha tenido: “Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Francisco, 2013, EG, 3), pero tenemos que empezar por nosotros, por cada cristiano.
En nuestro itinerario para vivir la fe, revisemos entonces nuestra vida bajo estas dos realidades: ¿Vivo en la paz que me ha dado el Resucitado? ¿Estoy reconciliado? Si no es así, seguramente este es el tiempo para que levantemos la cabeza y volvamos a empezar. No hay realidad que la luz del Resucitado no pueda envolver con su claridad y ser transformada.
Por P. Hermes Flórez Pérez, cjm. Eudista del Minuto de Dios
Foto: Pixabay