El mundo no cambia. En ese “eterno retorno” que Nietzsche nos anunciara, cada instante cobra un protagonismo propio y, tristemente, no solo se replica la alegría y la esperanza, también llegan una y otra vez la muerte, la pobreza, la guerra y la desesperación. Hay momentos en los que la espiral cruel de la historia parece que solo anuncia el declive de la especie humana.
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Y ocurre que antes mirábamos al cielo esperando una salvación que no llegaba, un dios justiciero que pusiera orden en esta humanidad enloquecida; y ahora ponemos nuestro destino en los políticos, en los poderosos o en los personajes adinerados, demandando un mundo feliz que tampoco llega. Dejamos nuestra esperanza en manos de la política, de la economía, de la psicología o de la técnica y les rendimos culto en los púlpitos de las redes sociales y derrochando nuestros sueldos en esos mercados de la ilusión a los que acudimos como íbamos al templo. Veneramos a los nuevos sacerdotes que se alzan con el estandarte de una humanidad que se supera a sí misma, acercándose incluso, como ya alguno anuncia, a la inmortalidad. Mientras el planeta se degrada, unos hombres matan a otros, en las sociedades supuestamente acomodadas se disparan las enfermedades mentales y millones de personas solo quieren salir de su tierra devastada.
“¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Hch 1,11)
Seguimos construyendo dioses. Seguimos contemplando las alturas en el anhelo de una respuesta, como aquellos galileos a quien alguien tuvo que peguntar “¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Hch 1,11).
Hemos olvidado que ese Dios al que algunos le hicieron creador del cielo y de la tierra, señor de los ejércitos, rey de reyes, primer motor, gran relojero o causa necesaria, se llena de barro de los caminos, se hace el último para ser el primero, lava los pies, ofrece su vida al que se cruza por el camino, y se somete a la muerte y el escarnio por amor a otros.
Podemos esperar sentados a que los dueños de los sillones nos ofrezcan un atisbo de esperanza. Podemos seguir esperando.
Conviene sacudirse el polvo.