La oración adopta diferentes formas, desde el júbilo, como el ‘Cántico de Débora‘ (Jueces 5) y el ‘Magnificat de María‘ (Lucas 1, 46-56), hasta el lamento de las “doncellas de Israel” que claman por el inminente sacrificio de la hija de Jefté (Jueces 11, 40), y de las “hijas de Jerusalén” que lloran por la inminente crucifixión de Jesús (Lucas 23, 28). Las personas que necesitan curación y ayuda rezan, como Agar que dijo: “No puedo ver morir al niño” (Génesis 21, 16), y la mujer cananea que postrándose ante Jesús dijo: “Señor, ayúdame”. (Mateo 15, 25). Los Salmos, que son oraciones, van desde la acción de gracias o la celebración hasta la intercesión, la petición y la contrición.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Las apariciones de lo cotidiano
- Descargar suplemento Donne Chiesa Mondo completo (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La Biblia afirma frecuentemente que los hombres oran: Abraham (Génesis 20), Isaac (Génesis 25), Moisés (Éxodo 8, 10; Números 11, 21; Deuteronomio 9), Samuel (1 Samuel 8), Eliseo (2 Reyes 4), David (2 Samuel 7, 15, 24), Eliseo (2 Reyes 6), el rey Ezequías (2 Reyes 19-20; 2 Crónicas 30), Isaías (2 Crónicas 32), Jeremías (Jeremías 42), Nehemías (Nehemías 1 – 2), Daniel (Daniel 9), Jonás (Jonás 2, 4), Judas Macabeo (1 Macabeos 7, 40), Tobit (Tobías 3, 1), Job (Job 6, 42), Jesús (Mateo 26; Marcos 14, etc.), Cornelio (Hechos 10), Pedro (Hechos 11), Pablo (Hechos 22, 26), etc. Lucas 18,1 nos dice que la parábola de la viuda y el juez quiere animarnos a “rezar siempre y no cansarnos”. Cuando el pueblo de Israel ora o cuando los miembros de la Iglesia oran, hay mujeres entre ellos.
Pero las únicas mujeres de las que la Biblia dice explícitamente que rezan son Ana, Ester, Judit y Sara en el libro de Tobías. Sus oraciones son tan distintas como las mujeres en la Biblia, ya que no existe una forma particular de rezar. Ana aparece en 1 Samuel, un texto considerado canónico tanto por judíos como por católicos romanos. Las otras tres mujeres, que aparecen en textos escritos por judíos antes del nacimiento de Jesús, que no figuran en las Escrituras judías, muestran la importancia para los judíos de las oraciones de las mujeres.
Ana
Cuando Elcana, esposo de Ana y Penina, ofreció el sacrificio anual en el santuario de Silo, dio a Penina y a sus hijos lo que les correspondía, mientras que a Ana dio el doble porque “la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril” (1 Samuel 1, 5). El texto afirma que la infertilidad no tiene nada que ver con el pecado o el valor.
Profundamente afligida por su incapacidad para tener un hijo, Ana “se puso a implorar al Señor” (1 Samuel 1, 10), en la primera referencia explícita en la Biblia a una mujer que ora. Su oración es un voto: Si Dios le concede un hijo, lo consagrará para servirle como nazareo. El sacerdote de Siló, Elí, al ver los labios de Ana moverse y no escuchar ninguna palabra, piensa que está borracha y la regaña. Ana explica: “No he bebido vino ni licor, solo desahogaba mi alma ante el Señor” (1 Samuel 1, 15). Ana inspiró la tradición judía de mover los labios en oración silenciosa. Esta práctica asegura que no nos apresuremos en nuestras oraciones, que pensemos en cada palabra y que oremos con la mente y el cuerpo.
Ana concibe, da a luz un hijo, lo llama Samuel y, tres años más tarde, después de destetarlo, se lo presenta a Elí. Esta acción constituye el modelo para la presentación de María en el templo. Y anticipando el ‘Magnificat de María’ podemos leer: “El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido”. (1 Samuel 2, 1-10).
Ester
La versión hebrea del libro de Ester, que es canónica para los judíos, no menciona ni la oración ni a Dios. Los añadidos griegos escritos por judíos antes de la época de Jesús y contenidas en el canon católico romano describen tanto a Ester como a su tutor Mardoqueo en oración. La historia se desarrolla en la antigua Persia, donde el rey, a menudo borracho, permite que su primer ministro Amán ordene el genocidio de los judíos. La reina Ester, que mantuvo oculta su identidad judía, suplicó al Señor y dijo: “Señor mío, rey nuestro, tú eres el único. Defiéndeme que estoy sola y no tengo más defensor que tú, porque yo misma me he puesto en peligro. […] ¡Oh Dios, que todo lo dominas!, atiende a la voz de los que pierden la esperanza y líbranos de la mano de los malvados. Y líbrame de mi temor”.
Mediante una combinación de coraje y connivencia, Ester salva a su pueblo. Ella y Mardoqueo también emiten edictos que estipulan que los judíos de toda Persia deben celebrar los dos días para los cuales se planeó el frustrado genocidio “porque en tales días los judíos se libraron de sus enemigos y en tal mes se cambió su tristeza en alegría y su duelo en fiesta. Esos días debían celebrarse como festivos, con intercambio de regalos y donativos a los pobres”. (Ester 9, 22). Esta fiesta, llamada Purim (nombre derivado de las “suertes” con las que Amán había determinado las fechas de la destrucción de los judíos), todavía es celebrada por los judíos en la actualidad.
Judit
El Libro de Judit, que data quizás del siglo I a. C., es evidentemente un texto fantástico, destinado a instruir, animar y entretener a sus lectores judíos. La heroína combina el valor y la habilidad de Simeón, el antepasado de Judit, de la jueza Débora, de Jael el ceneo, cantado por Débora (Jueces 4-5), y de Judás Macabeo, que derrotó al rey siro-griego Antíoco IV Epífanes y volvió a consagrar el templo de Jerusalén que el rey había profanado.
Judit es una viuda hermosa, piadosa y rica que, cuando el general enemigo Holofernes amenaza su ciudad y los ancianos quieren capitular, primero reza y luego actúa. Su oración, que ocupa todo el capítulo 9, comienza así: “coincidiendo con la hora en que se ofrecía el incienso de la tarde en el templo de Jerusalén, clamó al Señor con todas sus fuerzas: […] y concede fuerzas a esta viuda para realizar lo que tiene pensado […]; escucha mi plegaria, haz que mis palabras seductoras hieran de muerte a los que traman crueles designios contra tu alianza, tu santa casa y el monte Sión”.
Judit, segura de que su oración será respondida, abandona su ciudad y entra en el campamento enemigo. Mintiendo a Holofernes cuando finge admirarlo, lo anima a beber; y cuando él pierde el conocimiento, ella lo decapita con su propia espada. El relato repite que la victoria se obtuvo “de manos de una mujer” (8, 33; 9, 9-10; 12, 4; 13, 4; 14-15; 15, 10; 16, 5). Judit dirige a su pueblo en un desfile de la victoria en Jerusalén, canta un cántico de acción de gracias (del 15,5 al 16,17) y regresa a su casa. Los soldados enemigos, hablando de los judíos, preguntan con razón: “¿Quién puede despreciar a un pueblo que tiene mujeres como esta?” (Judit 10, 19).
Sara
El Libro de Tobías, una comedia de fantasía ambientada durante el exilio babilónico del Reino del Norte de Israel (722 a. C.), pero probablemente escrita a principios del siglo II a. C., tiene un héroe titular que demuestra santidad al enterrar cadáveres abandonados (hasta que queda cegado por un pájaro que defeca en sus ojos), un ángel disfrazado, un pez mágico y un demonio que había matado a los siete maridos de la bella Sara.
Abatida por la muerte de los hombres con los que aún podría casarse, temerosa de decepcionar a sus padres y humillada por el ridículo de los esclavos de su casa, Sara “entonces extendió las manos hacia la ventana y oró así: ‘Bendito seas, Dios misericordioso y bendito sea tu nombre por siempre. […] Hacia ti levanto mi rostro y elevo mis ojos a ti. Hazme desaparecer de la tierra […]. Y si no quieres mi muerte, Señor, manda que me miren con benevolencia y tengan misericordia de mí’ (Tobías 3, 11-15).
Gracias a las maquinaciones del ángel Rafael, Sara se casa con Tobías, el hijo de Tobit. En su noche de bodas, Tobías exhorta a su esposa: “Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja” (Tobías 8, 4). Rafael explica que cuando los dos oraron, él presentó el memorial de sus oraciones “ante la gloria del Señor” (Tobías 12, 12). El demonio fue exorcizado, el matrimonio se consumó y todos vivieron felices para siempre.
Estas cuatro mujeres bíblicas ofrecen distintos modelos de oración: por razones personales y políticas, para ser curadas y recibir fortaleza, en la angustia y desesperación, en el miedo o en la confianza. Reconocen lo que necesitan, expresan sus preocupaciones a Dios con franqueza y siguen sus oraciones con acciones. Ellas y su forma de orar son modelos no solo para otras mujeres, sino también para cualquiera que quiera hablar con Dios.
*Artículo original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva