Templos de arte que surgieron de la nada

Templos de arte que surgieron de la nada

Trescientos pueblos creados de la nada. Más de 60.000 familias desplazadas, inquilinas de esos nuevos enclaves en blanco y negro que tenían en común el agua. Entre 1939 y 1971, el Instituto Nacional de Colonización (INC) –organismo estatal que, partiendo de la necesidad de una reforma agraria, planificó la construcción de nuevas infraestructuras hidráulicas– cambió el perfil de la tierra de interior con asentamientos junto a las cuencas de los principales ríos de la España de posguerra. El paisaje de España, un país que era necesario reconstruir, cambió. Estos pueblos no se levantaron por toda la geografía, sino que tuvieron tres puntos clave para nacer, crecer y desarrollarse: Extremadura, Andalucía y Aragón.



Junto a la dotación de infraestructuras hidráulicas, planes preestablecidos que hundían sus raíces en el regeneracionismo de mucho tiempo atrás, era necesario levantar donde no había: lugares para vivir, espacios para aprender, iglesias donde dar gracias… Y así llegaron los encargos a arquitectos que entonces empezaban (oportunidades que, para buena parte, fueron campo de investigación y experimentación) y que con el tiempo se convirtieron en figuras indiscutibles y maestros de generaciones posteriores: referentes como lo fueron Alejandro de la Sota, José Luis Fernández del Amo, José Antonio Corrales, Antonio Fernández Alba, Fernando de Terán y Carlos Arniches, entre otros.

El paso de El Paso

Había que vivir, pero no olvidemos que también había que orar, de ahí que las iglesias y sus campanarios, visibles siempre desde cualquier punto del asentamiento, fueran clave en cada uno de los denominados pueblos de colonización (proyecto al que el Museo ICO dedica una completa e interesante exposición hasta el próximo 12 de mayo). No bastaba con levantarlas: había que ornamentarlas. Y lo mismo que sucedió con el cuerpo de arquitectos pasó con los artistas que en aquella época, después de la Guerra Civil, trataban de abrirse camino y recibían sus primeros encargos, algunos meramente alimenticios, aunque absolutamente necesarios para poder acometer otros.

Es la generación de El Paso, por ejemplo, seis de cuyos diez miembros firman obra para el Instituto: Antonio Suárez, Manuel Rivera, Pablo Serrano, Juana Francés, Rafael Canogar y Manuel Millares, a los que hay que añadir los nombres de Menchu Gal, Manuel Hernández Mompó o José Guerrero. Algunos empezaban, mientras otros ya hacían sus esfuerzos por despuntar en un panorama muchas veces hostil, que no se lo ponía precisamente fácil.

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