De cara al próximo domingo 19 de mayo, solemnidad de Pentecostés y Día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar, la Conferencia Episcopal Española ha difundido hoy un mensaje firmado por Carlos Manuel Escribano, arzobispo de Zaragoza y presidente de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, así como por los distintos prelados responsables de las subcomisiones relacionadas con la misión.
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En dicho texto se reitera que es en Pentecostés cuando, de un modo especial, se recuerda “la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, señalando de este modo el nacimiento de la Iglesia”. Así, si bien “a los apóstoles, tras la muerte de Jesús, les invadió un sentimiento de miedo, que los condujo a encerrarse en una casa, sin saber qué rumbo tomar en sus vidas”, tuvo que ser el propio maestro, ya resucitado, el que “les infunde Espíritu Santo, esa fuerza que viene de lo alto, que te cambia de una manera radical, que te da un corazón nuevo, que proporciona valentía (parresía) para dar testimonio de Jesucristo y comenzar, de este modo, la misión evangelizadora”.
En su nombre
Así, “enviados por el mismo Jesucristo, en su nombre, porque no nos anunciamos a nosotros mismos”, los laicos saben que todos los esfuerzos en la misión “serán inútiles si Dios no está con nosotros”. Por tanto, solo “unidos como la vid y el sarmiento daremos fruto abundante y cumpliremos nuestra vocación misionera”.
En esa clave evangélica, los pastores españoles insisten en que “es Jesús resucitado el que ha entregado a su Iglesia, a cada uno de nosotros, el Espíritu Santo, que es el alma de la evangelización. Por tanto, es fundamental que descubramos, como miembros del pueblo de Dios, que tenemos una misión que no es iniciativa nuestra, sino de Dios, que la sostiene y permitirá que perdure por los siglos de los siglos”.
De cara al presente año, la CEE recuerda que “hemos celebrado un Encuentro sobre el Primer Anuncio (Madrid, 16-18 de febrero) y nos estamos preparando para un Congreso sobre las Vocaciones (Madrid, 7-9 de febrero de 2025)”. Hitos desde los que se desea que “resuene con fuerza esa llamada que la Iglesia ha recibido, como asamblea de convocados, pueblo de Dios unido en la misión, a vivir su vocación, que tiene como horizonte la misión”.
Caridad política
Una vivencia en la que palpita “la vocación laical, que se ejercita en la caridad política, en el anuncio del Evangelio en el corazón del mundo”. Y en la que hay que tener claro que, como dijo el papa Francisco el 19 de marzo de 2016, “todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo”. De hecho, “a nadie le han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizado laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar”.
También entonces Bergoglio reivindicó que “nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el santo pueblo fiel de Dios”.
Para los obispos españoles, “este texto nos permite evitar ciertas deformaciones en las que a veces hemos caído, considerando a los laicos como cristianos de segunda categoría, actores de reparto o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia”.
Descubran esa fuerza de lo alto
En cambio, la realidad muestra que “necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión. Como afirma el informe de síntesis de la primera sesión del Sínodo, ‘en una Iglesia sinodal en misión, en su parte central, todos somos discípulos y todos somos misioneros’”.
Una “corresponsabilidad” que no puede olvidar que es “diferenciada, porque, siendo verdad que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados tienen igual dignidad por el bautismo, no podemos obviar que hay diversidad de ministerios, carismas y vocaciones”.
Igualmente, hay que valorar que “la corresponsabilidad diferenciada no debe llevarnos nunca a la competitividad o rivalidad de vocaciones, sino que todas las vocaciones se enriquecen mutuamente y encuentran sentido desde las otras, formando un único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”.
En dicha tarea, como repite habitualmente Francisco, también “hay que evitar caer en la tentación de la clericalización de los laicos”. Y es que, “en definitiva, se trata de que el laico sea laico”.