Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.365
Nº 3.365

Hablamos de María, la madre de Jesús

Comparto cuatro sucesos que me han hecho pensar mucho. Podría referir más, pero estos son un buen botón de muestra.



Corría el año 1980, si no recuerdo mal. Siendo aún joven estudiante, asistí al traslado solemne de una imagen patronal de la Virgen María. Hacía muchísimos años que no había ocurrido algo así y la expectación fue máxima. Los siete u ocho kilómetros que separaban el santuario de la capital de la provincia los hicimos a pie, acompañados por una creciente multitud. Se siguió un estricto protocolo.

En la capital fue recibida la imagen por varias corporaciones municipales. Se introdujo la imagen en una hermosa iglesia y allí se la vistió con un manto espectacular, una corona de oro preciosa y se la puso en un gran trono que necesitaba más de 30 personas para llevarla. Salieron hacia la catedral. En primera fila estaba el alcalde de la ciudad como porteador. Alguien le preguntó: “¿Cómo usted siendo ateo declarado se presta a llevar las andas?”. Él contestó: “Sí, soy ateo, pero la Virgen que no me la toquen”.

Favores de la Virgen

El 13 de mayo de 2017, mientras conducía, escuchaba un programa de una radio católica con motivo de la visita del Papa a Fátima y el centenario del famoso santuario portugués. Se lanzaba una pregunta a los oyentes que desearan participar: ¿qué ha hecho la Virgen por ti? Durante los treinta minutos que pude seguir el programa, en cada intervención de la audiencia y en los comentarios de la locutora, siempre se hablaba en tono de relato de favores recibidos. No hubo ni una sola mención o alusión a Dios o a Jesucristo, ni siquiera como acción de gracias.

En otra ocasión, unos años más tarde, en una emisora militantemente católica, un sacerdote intentaba explicar el título de “María Madre de Dios”. No hizo más que enredarse. Hasta el punto de que su discurso nada tuvo que ver con lo que dijo el Concilio de Éfeso (431), y sus porqués, y nada que ver con lo sancionado por el posterior Concilio de Calcedonia (451). Difisismo puro. El difisismo nestoriano considera a Cristo radicalmente separado en dos personas, una humana y una divina, completas ambas de modo tal que conformarían dos entes independientes. Es decir, una doble naturaleza configura una doble persona.

Encarnación del Verbo

Según eso, la naturaleza divina no habría sido engendrada en el seno de María, con lo cual se niega la absoluta verdad de la encarnación del Verbo y la unidad de la persona de Jesucristo, que es Dios-y-hombre verdadero. Como los participantes de Éfeso defendieron, y así lo sancionaron solemnemente, negar la encarnación del Verbo, el Hijo de Dios, y negar la unidad personal de Jesucristo, consustancial a Dios y al hombre, es negar la salvación del género humano y negar la eficacia de la voluntad salvífica de Dios.

El Verbo, el Hijo de Dios, fue engendrado en el seno de María por obra del Espíritu Santo, razón por la cual el Concilio de Éfeso califica a María como ‘Theotokos’ en griego (traducido al latín como ‘Deípara’). Esta no es una afirmación mariológica, sino cristológica, como luego explicaremos. Esa misma emisora tiene un llamativo eslogan para recaudar fondos, que reza: “Ayuda a la Virgen a ayudarte”. Como mínimo, suena feo.

Abandono del Padre

Cuarto suceso. El pasado Viernes Santo (29 de marzo de 2024) escuché un sermón durante un acto de una cofradía de Semana Santa en el que el sacerdote dijo textualmente: “Cuando a un cristiano no le queda nada, le queda la Virgen María”. Y, a continuación, añadió: “Cristo Jesús llega a sentirse abandonado por el Padre: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. Pero no se llegará a sentir nunca abandonado por la madre; estuvo con él hasta el final. Había desaparecido de los relatos evangélicos desde las bodas de Caná y ya no vuelve a aparecer en escena hasta que su Hijo no es más que un pobre moribundo. […] ¿Cuándo dejaste tú de rezar a la Virgen? ¿Cuánto tiempo llevas sin tenerla presente en tu vida? […] Un día, tú y yo no seremos más que un pobre moribundo. María puede estar con nosotros si la hemos dejado estar alguna vez”.

Sin duda, esas palabras fueron pronunciadas para conmover la piedad de los oyentes, pero generaron cierta confusión. Algunos se preguntaron: ¿Dios abandonó a Cristo en la cruz y el único asidero que le quedó fue su madre, y de ahí resulta que el asidero más seguro de un cristiano es la Virgen? ¿En realidad, la que sostiene a los cristianos, incluido a Cristo mismo, es la Virgen?

Cristo, la clave

Al final, con acierto, el predicador concluyó diciendo: “Si Jesús no viviera, nada de nosotros tendría sentido. Cristo es la clave interpretativa de la historia y la resurrección es la clave interpretativa de Cristo. Si Cristo no hubiese nacido, muerto y resucitado, no sabríamos qué es Dios, qué es el hombre, qué es la vida, qué es la muerte. […] Solo Él tiene palabras de vida eterna. […] Solo Cristo es el camino, la verdad y la vida, por quien merece la pena vivir y con quien merece la pena morir. Si así lo hacemos, en compañía de María, un día viviremos, reinaremos con Él. Nos encomendamos, mientras, a la madre dolorosa, madre de la esperanza”.

Durante muchos siglos, a María se le otorgaron atributos, privilegios y honores que, siendo todos ellos hermosos, muchos se desarrollaron al margen de los Evangelios o de los Santos Padres, y lejos de la enseñanza de la Iglesia. La verdad de la encarnación y de la naturaleza divina y humana de Jesucristo traen a colación el refrendo de lo que el Nuevo Testamento afirma y que se denota en la relación de María con Jesucristo.

Pero otras afirmaciones conllevan expresiones devocionales que, a veces, han sido interpretadas con un hálito de neopaganismo (por ejemplo, reminiscencias de la diosa-madre, siempre arraigada en el imaginario popular). Ya santo Tomás de Aquino, en pleno siglo XIII, criticaba duramente a los que frivolizaban predicando exageraciones sobre María: “Soy de la opinión que es mejor evitar en la predicación tales frivolidades sobre María cuando, por otra parte, pueden predicarse toda clase de cosas auténticas y verdaderas sobre ella” (‘Opuscula’ XXIV). (…)

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Índice del Pliego

1. ¿SE HABLA ADECUADAMENTE DE MARÍA?

2. DIFICULTADES

3. VENTAJAS

4. MARÍA, LA MADRE DEL SEÑOR

5. ¿QUIÉN ES MARÍA, LA MADRE DE JESÚS, EL SEÑOR?

6. RECAPITULEMOS

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