La invasión de Ucrania por Rusia sigue teniendo nefastas consecuencias en todos los aspectos de la vida de estos dos grandes países: humanas, económicas, sociales y religiosas. Es muy triste conocer el número de ucranianos que han tenido que huir de su país sin saber si podrán volver ni cuándo: se calculan en más de cinco millones. Y lo peor: no sabemos todavía el número de muertos y heridos por ambas partes. La guerra es uno de los mayores fracasos de la humanidad, y más hoy, con los medios de destrucción de los que se dispone.
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Bajo el punto de vista religioso, la tragedia no es menor. Hay que tener en cuenta que Rusia siempre ha considerado a Ucrania como suya; no en vano, el cristianismo ruso nació en Kiev, con la conversión y bautismo del rey Vladimir a las orillas del río Dniéper en el 988. El presidente Putin, en foros internacionales, ha repetido desde hace años que “Ucrania no es un país”. Para él es solo una región de Rusia; por cierto, de las más ricas en petróleo, agricultura, minerales, etc. Esto explica la anexión desde hace años de la península de Crimea, a la que van siguiendo anexiones de otras regiones con la excusa de la guerra.
Toda una liberación
Los ucranianos han sufrido enormemente bajo Rusia en el tiempo de la Unión Soviética. Lenin y Stalin causaron miles de muertos entre los campesinos ucranianos que se resistían a la colectivización de sus bienes, como reza el dogma comunista. Pero también fue enorme el sufrimiento en las dos guerras mundiales, por lo que la adquisición de un país propio en los años 90 fue vivida como una gran liberación del yugo del país vecino.
Para más calamidad, alcanzada la libertad, la ortodoxia en Ucrania se dividió en tres Iglesias autocéfalas independientes y enfrentadas: una con el anterior metropolita de Kiev, excomulgado por Alexis II por rebelarse contra Moscú; otra con un jerarca fiel al patriarca de Moscú; y otra “Iglesia nacional ucraniana”. Dada la situación, en 2018 se convocó un Sínodo presidido por el patriarca Bartolomé y se eligió a un metropolita de Kiev que pusiera fin a esta división en la ortodoxia ucraniana bajo la comunión con el Patriarcado de Constantinopla. Consecuencia: el actual patriarca de Moscú ha declarado la excomunión eucarística a Bartolomé, a toda la Iglesia griega y al patriarca bizantino de Alejandría, en Egipto, por admitir una autocefalía de los ucranianos independiente de Moscú.
Desde antes de la guerra
Esto explica que, antes de la guerra, ya las relaciones en el seno de la ortodoxia estaban muy deterioradas. Bartolomé tiene la gran ventaja de no estar unido a la política del país donde vive (Turquía), por lo que puede hablar con libertad. Al contrario que Kirill, el actual patriarca de Moscú, que se encuentra preso de Putin, autoensalzado como defensor de “la fe verdadera” frente a “la corrupción de Occidente”, y sin el cual la Iglesia ortodoxa rusa no tendría los bienes, el poder y las riquezas de que hoy goza para su reconstrucción después del sistema comunista.
Como católico, no puedo sino sentir un gran dolor por esta situación. Es un terrible mal para estas Iglesias, pero también para el ecumenismo en general, pues este camino solo trae nuevas divisiones, entre sí y con las otras Iglesias cristianas. Es verdaderamente un anti-ecumenismo.
Una Iglesia atada al poder
¿Qué valor van a dar los cristianos rusos a una Iglesia que está tan atada al poder imperialista y militar, y tan de acuerdo con esta invasión homicida e injusta? Es un mal para la misma fe del pueblo ruso; muy arraigada y sincera en un pueblo sencillo que, desde los años 90, lucha por reponerse de los grandes estragos y muertes que causó en su seno el comunismo ateo y anticristiano.
Con Moscú están hoy las Iglesias bielorrusa, serbia y siria (esta por el apoyo que la política de Putin presta a su presidente). El resto de la ortodoxia en todo el mundo sigue criticando lo que hace el Patriarcado de Moscú al alentar esta terrible guerra. El cesaropapismo de la Iglesia rusa va a causar muchos males, y las heridas interortodoxas tardarán ciertamente mucho en curarse. Debemos orar como católicos para que el mundo ortodoxo pueda restablecerse cuanto antes, por el bien de todo el cristianismo en la actualidad. Y hacer todo lo posible por no favorecer los actuales enfrentamientos religiosos de estos admirables hermanos cristianos orientales.
*Fernando Rodríguez Garrapucho, SCJ, es profesor de Ecumenismo en la UPSA.