José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Eurovisión: Nemo encontró el paraíso


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JUEVES

Viaje a Mallorca con motivo de la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Uno llega con sus temas de agenda bajo el brazo, véanse lo abusos o las cuentas de la Iglesia, y los periodistas de la isla van por otro lado. El de la realidad: Gaza y la presión turística. Así se lo hacen saber al obispo Taltavull en su cuestionario con micro y grabadora. Responde con naturalidad, entre cocas y empanadas de la tierra.



Como un ciudadano más, como un cristiano más. Preocupado por la violencia en la tierra de Jesús o el desembarco masivo de cruceros, pero con una reflexión que va más allá de lo visible a los ojos, alertando de lo que esconde esta industria de brillo. Es el aporte de un pastor sencillo, que logra que los medios recojan sus titulares sin necesidad de discursos altisonantes. La sensatez y la moderación bacular también tienen premio en radios, televisiones, prensa e internet.

Por la tarde, encuentro para reflexionar sobre los desafíos de la comunicación de la Iglesia hoy. Empezamos hablando de la inteligencia artificial y acabamos con la preocupación compartida por la desconexión total con los jóvenes. Antonio se abre en canal. Consigue que los chavales vayan a las actividades propuestas, que ya es un triunfo en sí mismo. Desde conciertos a peregrinaciones. Pero en cuanto toca rascar un poco más, esto es, contemplar, la permanencia desaparece. Y sobrevuela la tentación de atarles en corto desde la explosión emocional. No ha caído. Y hace bien.

SÁBADO

Solo hay dos ocasiones al año en las que prácticamente todos los españoles pegados a la tele hacen lo mismo a la vez. Una, tomar las uvas al son de las campadas. Otra, a juzgar por los datos de audiencia, despellejar a quien participa en Eurovisión, sea el representante propio o el ajeno. Gana Suiza. “Fui al infierno y volví para encontrarme en el camino. Rompí el código”. En otro instante canta: “Ahora encontré el paraíso”. El Evangelio es el mejor paraíso. Sin duda. Pero no somos capaces de contagiarlo. Y, como Nemo en su actuación, no paramos de rodar atrapados en nuestros parámetros de laboratorio.

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