Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Esa pequeña diferencia


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¿Sabes qué es un hórreo? Así, en general, podríamos decir que es una antigua construcción típica del norte de España que se eleva del suelo para guardar el grano y preservarlo de la humedad y los animales.



Los hórreos asturianos se diferencian de los gallegos por su planta cuadrada, no rectangular, y porque suelen ser de madera y no de piedra. Además, se diferencian de las paneras, construcciones similares, por el modo de cerrar el tejado y el número de pilares que la sostienen. En todo caso, una curiosa y aparente solución para evitar la humedad continua de esta tierra verde y rica sobre el grano guardado.

En Asturias, los cuatro pilares que a modo de patas sostienen y elevan el espacio de almacenamiento, se llaman pegollos, ya sean de madera o de piedra caliza. Bonita palabra. Y justo sobre los pegollos, en la base de la construcción de madera, hay unas losas de piedra circulares o cuadradas que yo siempre pensé que eran un adorno. ¡Un adorno! Porque queda bonito, porque rompe las líneas funcionales, aporta algo distinto. Pero no es así. Lo he descubierto escuchando a las gentes de la tierra.

Eso que yo creía que era un simple y prescindible adorno, es quizá la pieza más importante del hórreo. Porque es justamente esa piedra circular o cuadrada la que impide que los roedores o cualquier otra alimaña entre en el grano y arruina la cosecha o la despensa familiar.

Hórreo asturiano

Hórreo asturiano

Si después de construir el espacio, poner un tejado precioso y elevarlo con cuatro pegollos no logramos evitarlo, ¡vaya chasco! Porque un pequeño ratoncillo podrá subir por la viga pero no podrá caminar patas arriba. Nunca mejor dicho. Así de sencillo. ¿No te ha pasado alguna vez algo parecido?

Lo difícil es darse cuenta. Con el esfuerzo de levantar un hórreo, lo fácil hubiera sido dejarlo así, sin más. Y en medio de la noche, cuando el granero estuviera repleto de nuestro esfuerzo y del fruto de la tierra, un pequeño roedor llegaría silencioso y se colaría dentro. ¡Qué desastre!

Así que cuando tengo la suerte de perderme por el norte y encontrarme con hórreos -asturianos o gallegos- siento temor de no ser capaz de dar con esas solución simple y contundente que apenas se note, que parezca un mero adorno pero que, finalmente, marque la diferencia y me proteja de roedores y alimañas.

‘Cantar de los Cantares’

A veces, a mí al menos me pasa, me dan ganas de gritar con el Cantar de los Cantares: “Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, pues nuestras viñas están en flor” (Ct 2,15). Porque percibo amenazas externas y debilidades propias. Y otras veces, también me pasa, solo queda gozar agradecida sabiendo que algo simple y lúcido, apenas imperceptible, me protege y cuida. Son detalles. Propios y ajenos. La gracia radica en verlo a tiempo y poner cada cosa en su sitio, por pequeña que parezca. O dejarse poner. Llámalo como quieras.

En estos días, a mí me gusta pensar que es algo parecido a esa fuerza imperceptible y preciosa que todos llevamos dentro, más o menos capaz, más o menos fuerte, pero siempre actuante. Y me gusta llamarlo Espíritu, el buen Espíritu, el Defensor (Jn 14,26). Pequeña gran diferencia.