Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”. (Jn 21,17-19)
Acompañamiento, cuidado y amor
El antiguo testamento va mostrando en el caminar del pueblo cómo Dios acompaña atendiendo a las necesidades y situaciones por las que pasa la comunidad israelita. Oye sus gritos de dolor y esclavitud en Egipto y se pone en acción, bajando para liberarlo. La liberación no fue cuestión de un solo gesto aislado, sino de todo un éxodo con un proceso largo de actuaciones llenas de cuidados y atenciones potenciando siempre la autonomía y protagonismo de los miembros de ese pueblo elegido.
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El mar abierto y el camino del desierto son pasos largos y procesuales de un proteger y salvar continuo de Dios. Y el cariño emerge como lectura creyente y profunda de esa relación que toma tintes de puro amor ya sea con la imagen del enamoramiento, del matrimonio, de la paternidad o de la maternidad. Se trata de algo único “Yo seré para ti un padre, tú serás para mí un hijo”. Los fallos de fidelidad del pueblo, nunca supusieron merma para el acompañamiento, el cuidado y el amor de Dios. Él permaneció fiel a su promesa y a su misericordia, con un querer sin límites y una confianza en sus fieles que nunca se perdió, ni en los peores momentos o infidelidades de Israel. Siempre les buscó y los llamó a renovarse en la alianza que Él nunca abandonó movido por su amor.
Vicente, pastorea mis ovejas
Era un día cualquiera, pero dejó de serlo, le pasaría como a Pedro en aquella jornada en la que directamente Jesús se encaró cariñosamente con él y le lanzó ese órdago existencial propio del creyente, que va al corazón directamente: ¿me amas? Vicente recibió la llamada del nuncio de España quien directamente, sin anestesia, como suele hacerlo imagino, le plantea que el Papa tiene a bien llamarle para ser pastor del pueblo de Dios y encargarle un trabajo específico de obispo auxiliar junto a José Cobo, y otros auxiliares, para trabajar en conjunto en la diócesis de Madrid. Le da unos días, creo que dos, para que se lo piense y en libertad, con discreción y en secreto tome la decisión que considere oportuna. Si lo acepta, ha de escribir una carta dirigida al Papa Francisco aceptando su elección para el episcopado.
Según contaba en la rueda de prensa tras hacer pública su elección, paseó por el retiro de Madrid, respiró hondo y se situó en la presencia del Padre, pidiendo su Espíritu y contemplando la naturaleza y las personas que paseaban por dicho lugar. Al día siguiente participó en un retiro espiritual que estaba programado por grupos de Cáritas, y al terminar se sentó y escribió su carta dirigida al Papa, donde desde su pequeñez y pobreza, se abría a esa llamada y se prestaba a ese servicio.
La misma mañana que se iba a hacer público, me llamaban de mi diócesis de origen diciéndome si sabía algo que todos tenían el presentimiento de que iban a hacer obispo a un sacerdote de Badajoz que estaba en Madrid, como hay varios y yo sólo estoy de paso –no me doy por aludido- le pongo mensaje a Vicente y le pregunto si es él, y que si lo es me alegro de corazón. En ese instante me llama y me dice que está nervioso como un flan, o sea que sí. Me pide que vaya al acto a la hora indicada para estar con él y que vienen de nuestra diócesis el vicario episcopal, el delegado del clero y el canciller, para acompañarles. Con alegría me hice presente en el acto, lo abracé con todas mis fuerzas, lo besé como hermano y compañero, y le dije debes estar nervioso, como no, yo también lo estaría. Tendrás algunos días de gloria y muchos de preocupaciones y sufrimientos y eso es para estar nervioso, pero serás feliz sirviendo. Disfruté como un niño ese día y en esos momentos, bien lo sabe Dios.
El nuncio llama un día y plantea la elección para ser o no aceptada, tras un escrutinio, pero el proceso viene de muy lejos y yo me pongo a contemplar desde fuera, pero afectado por esa vida personal y ministerial de Vicente. Lo recuerdo de mis años de formador en el seminario, entonces él tenía dieciocho años, abriéndose a la vida, durante un trienio compartí vida con él buscando acompañarle, cuidarle y quererle, como me pedía la iglesia diocesana. Así fue durante ocho años con más de cincuenta seminaristas que hoy son sacerdotes, junto a otros que decidieron otros caminos humanos y de fe. Lo recuerdo en el contexto de sus compañeros, sólo otro, Manri, llegó al ministerio con él y eran catorce al iniciar el seminario mayor. Era un ambiente de alegría, ilusión, estudio, fiesta, reflexión y proyectos de vida personales y comunitarios.
Lo recuerdo en su trabajo personal con las dimensiones de su persona, lo humano, el estudio y su espiritualidad. Su cuidado y preocupación en la formación y el descubrimiento procesual de su encuentro con Cristo, el fortalecimiento de su fe y su compromiso en el deseo de llevar el evangelio. Un joven que desde pequeño se hizo cercano al evangelio en el seminario menor y que ahora iba descubriendo en la filosofía y en la teología la profundización de ese misterio de lo divino y de lo humano, del mundo y la Iglesia, de la humanidad y los pueblos. Fui testigo de ese proceso y lo vi llegar con gozo a la ordenación sacerdotal, tras sus luchas y discernimiento personal.
Después vino su vida ministerial y sus opciones en el ámbito rural y en el urbano, con claves fundamentales de fidelidad a la Iglesia y a la gente, en opciones evangélicas de servicio y entrega. Ahí fue abriéndose a dinámicas de la dimensión sociopolítica de la fe, de la doctrina social de la iglesia y de las opciones por los pobres, desde la realidad de Cáritas diocesana y parroquias situadas en barrios de pobreza y marginación. Dejándose hacer ministerialmente en ese proceso y abriéndose a lo que se necesitaba de él. Así llegó a Madrid hace seis años para servir a Cáritas a nivel nacional, tras formarse en tiempos de estudio específicos, y siendo elegido para secretario del departamento de pastoral social de la conferencia episcopal. Y todo ello sin perder siempre esa conexión con el pueblo y la vida de la comunidad cristiana, en concreto en la parroquia de Ntra. Sra. de la Angustia cerca de Atocha, donde estuvo muy cerca siempre de los inmigrantes en la acogida y la convivencia con los mismos.
Desde esta experiencia y caminar eclesial, ante la llamada del pastor universal a colaborar en este ejercicio del ministerio episcopal, entiendo que su sí es pura continuidad de todos esos sí que han venido jalonando su existencia humana, creyente y sacerdotal. Yo me congratulo de ser testigo de ese proceso y que conste que yo no informé para que fuera obispo, entiendo que con este caminar compartido no me verían muy objetivo en mi análisis. Yo estoy seguro que, en esos dos días de reflexión, el texto evangélico entre Pedro y Jesús tuvo que pasar por su corazón, y que el diálogo entre ellos tuvo que ser casi el mismo. Vicente, se dejó llevar por su proceso de vida y no tuvo más remedio –movido por su amor- que decirle a Dios que lo quería y que lo continuaría siguiendo en su vida, hasta donde él le pida. Aquí tenemos un nuevo obispo de nuestra tierra, enraizado en el pueblo, crecido en la fe, parte de esta iglesia diocesana, que será obispo en Madrid y servirá lo mejor de sí mismo para construir esa iglesia que es acogedora y misionera. Nosotros orgullosos de su servicio y su camino como persona y como creyente.
Iglesia acogedora y misionera
En el hecho de vida acabamos presentar la elección para pastor de una iglesia a un sacerdote que en su caminar ministerial ha estado marcado por su servicio en lo que se refiere a la dimensión caritativa de la Iglesia en lo que esta ha de tener de acogida y de misión, especialmente con los más pobres, como destinatarios primeros del evangelio.
Jesús llama a Pedro a la conversión personal y pastoral. Desde el “me amas” hasta el “pastorea mis ovejas” hay una continuidad radical. El pastoreo ha de nacer del amor de Cristo acogido en nuestras pobres personas para que los otros puedan encontrar en nosotros esos mismos sentimientos de él, desde su compasión y su misericordia.
La Iglesia hoy, como nos recuerdan los obispos españoles en su último documento “Iglesia acogedora y misionera” atendiendo a los migrantes, ha de orientarse hacia esa conversión personal y pastoral que incluye:
- Volver a Jesucristo. Toda actividad pastoral adquiere sentido en la medida en que nos hace vivir más enraizados en el Señor y la vida de gracia, así como crecer en la amistad con Jesús, la alegría de la fe. El Evangelio es una escuela para aprender a ver, a mirar con el corazón.
- El valor de la hospitalidad. Nuestras sociedades necesitan abrirse con urgencia al valor de la hospitalidad como principio de humanización y puente entre las culturas y las personas.
- Actitudes con futuro:
- Maternidad de la Iglesia de puertas abiertas que acoge.
- Mirada contemplativa sobre lo que sucede en la vida de las personas.
- Creatividad para imaginar espacios de encuentro y oración
- Salir de las zonas de comodidad para ir a los foros donde se protege la cultura de la vida.
Hoy estamos llamados todos a encontrarnos con Cristo en la novedad de su Evangelio, sin interferencias, directamente, en lo profundo de nuestro ser y nuestro sentir. Está en juego la verdad de nuestra fe y de nuestra comunidad eclesial, sólo seremos verdaderos si tocados por la gracia de Jesús de Nazaret y adentrados en su modo de amar y querer mostramos la acogida de Dios y el deseo de que todos los hombres se salven y vivan en dignidad y libertad.
Los más débiles, en muchos casos identificados con los inmigrantes, serán el termómetro de nuestra vivencia de la fe y nuestra conexión con Cristo. En la medida que ellos se sientan acogidos y reconocidos se mostrará la verdad de nuestra fe y nuestra fidelidad amorosa a Cristo. A esto estamos llamados desde los obispos hasta los últimos monaguillos. En el caso de Vicente ya tenemos un monaguillo que es obispo, el escalafón es el escalafón, para poder seguir llegando a los últimos, ¡no te olvides nunca de los pobres y el amor a Cristo!