El Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha publicado una nueva normativa para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales. Con este vademécum, la Santa Sede actualiza el anterior de 1978. Tiempo más que suficiente para abordar una cuestión con no pocas lagunas y que hasta ahora adolecía de cierta falta de transparencia. No solo porque se han multiplicado los lugares de peregrinación vinculados a estos hechos, sino también para que los obispos locales contaran con todas las herramientas suficientes para emitir un veredicto e identifiquen las consiguientes aristas cuando ello se entremezcla con manifestaciones multitudinarias de piedad popular.
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De ahí el valor que de por sí tiene la mera publicación de estas normas, a lo que se une la extrema precaución con la que se posiciona Roma. No solo por los seis grados que abordan la conveniencia o no de respaldar estos sucesos según la fiabilidad y riesgos que conllevan en cada uno de los supuestos. Ni en el mejor de los escenarios posibles que contempla el departamento del cardenal prefecto Víctor Manuel Fernández se podrá ofrecer un certificado de garantía máxima que avale al doscientos por cien la autenticidad de una visión, una aparición o un estigma. “Nunca se declarará la sobrenaturalidad”, ha llegado a aseverar el prefecto, una potestad que tendría en tal caso el Papa si se tratara de una situación excepcional.
Eso sí, en el otro extremo, bajo ningún concepto la Santa Sede niega o cuestiona los fenómenos sobrenaturales, siempre y cuando sean una puerta abierta para un encuentro personal con Cristo y permitan fortalecer la fe dentro de la comunión del Iglesia. En definitiva, y en términos coloquiales, nadie está obligado a creer en las apariciones, pero tampoco se echa por tierra a quienes han descubierto en estos espacios que, de una manera u otra respalda la Iglesia, una mediación para fortalecer su camino hacia Dios.
Buscar el rostro de Jesús y de María
Bienvenidos sean, por tanto, todos estos criterios de discernimiento que se proponen desde el Vaticano, puesto que permiten cerrar el cerco en torno a quienes, de forma interesada o no, creen ver erradamente más allá de lo visible a los ojos. A la par, esta prudencia eclesial pasa por refrendar esa llamada de atención que Francisco ha lanzado a lo largo de estos años de pontificado para buscar el rostro de Jesús y de María en lo sencillo y ordinario, ya sea a través de los sacramentos, de la oración o del encuentro con los hermanos, especialmente de los más vulnerables. Sí, porque el Dios de la vida, a través del Espíritu Santo, se sigue manifestando al hombre y a la mujer de hoy, en los acontecimientos cotidianos, unas veces como brisa suave, otras a través de un vendaval, pero lejos de los focos.